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Felwine Sarr: «Transmitir una usanza del mundo»

Felwine Sarr: «Transmitir una usanza del mundo»
Imagen: Felwine Sarr

Mathieu Potte-Bonneville

Director del Departamento de Desarrollo Cultural del Centro Pompidou

El ciclo Planétarium del Centro Pompidou está dedicado a las cartografías contemporáneas del pensamiento y la creación. El pasado mes de marzo, su magacín publicó una magnífica entrevista a Felwine Sarr, con motivo de la publicación de su libro La saveur des derniers mètres (El sabor de los últimos metros), presentado por Mathieu Potte-Bonneville, autor de esta entrevista como «un cuaderno de viaje que esboza, a pequeñas pinceladas, el cuadro de un mundo cuyos puntos de referencia han cambiado, bajo la mirada sensible y humanista de este intelectual, escritor y gran artista, afirmando a cada página que no es necesario elegir entre África y el mundo entero».

«Las fronteras están cerradas. Los vuelos internacionales han sido anulados». Pese a que las últimas páginas del relato que Felwine Sarr ha publicado en este inicio de año ponen de manifiesto una experiencia mundial –la de la inmovilidad forzada–, La Saveur des derniers mètres (El sabor de los últimos metros), de Ediciones Philippe Rey, propone todo lo contrario de un adiós al viaje: una invitación a aprovechar este periodo sedentario para meditar con esfuerzos renovados sobre el sentido de nuestros desplazamientos, sobre un planeta cuyas referencias han cambiado. Y es que, en materia de desplazamientos, Felwine Sarr se ha convertido en un maestro: de la economía, que impartió en la Universidad Gaston Berger de Senegal, a la filosofía africana que enseña hoy en día en la Universidad de Duke, en Estados Unidos; creador en 2016, con Achille Mbembe, de los Ateliers de la pensé (Talleres del pensamiento) de Dakar, que se han convertido en una plataforma esencial para la expresión de una nueva generación de intelectuales y de investigadores a escala continental, y también escritor y dramaturgo cuya obra estaba programada en el último Festival de Aviñón. Al margen de la conmoción provocada por su informe, redactado con la historiadora Bénédicte Savoy, sobre la restitución del patrimonio africano que posee Francia, a distancia del entusiasmo suscitado por su ensayo Afrotopía y el horizonte que esbozaba de una utopía africana, hemos querido comprender lo que se esconde tras este cuaderno de viajes planetario e íntimo, donde se bosqueja un nuevo cosmopolitismo: murmura la voz singular de un autor preocupado al mismo tiempo del mundo y de su continente.

Felwine Sarr – Comencé a tener un cuaderno de viajes en 2010-2011, con ganas de retener y fijar en un documento las impresiones vivaces que se tienen al visitar un lugar, y cuyas trazas parecen deshilacharse con el tiempo y el olvido. Poco a poco, el cuaderno se ha ido llenando, y la idea de hacer un libro vino a medio camino, hacia el año 2017: al releer mis notas, me di cuenta de que, aunque los paisajes, los lugares y las experiencias cambiaban, ciertas preocupaciones permanecían en el trasfondo y tejían un vínculo entre los textos. Aquello cambió mi enfoque: visitaba ciudades y decidía lo que escribía en función de si me conmovía o no. Cuando visité Charjah decidí, al cabo de dos días, que no escribiría. Me pareció que no era una auténtica ciudad.

Mathieu Potte-Bonneville – Viajar es, hoy en día, una cuestión complicada: no solo, evidentemente, a causa de la pandemia, sino también por las reticencias ecológicas para coger el avión. Si hubiera en su libro no solo un elogio, sino una ética del viaje, ¿cómo podría resumirse?

FS – A través de este libro, lo primero que quiero transmitir es una usanza del mundo y una relación con el mundo. Si hay una ética del viaje, es en el sentido del encuentro, no del encuentro exótico, contrariamente a esa forma dominante del viaje que es, hoy en día, el turismo afectado de exotismo. Me parecía importante describir cómo se puede ir al encuentro del mundo, de los demás y de sí mismo, estableciendo una relación que no esté marcada por la extracción o la curiosidad malsana, sino más bien por la disponibilidad a lo que nos emociona, a lo que descubrimos, a lo inesperado: se parte por una determinada razón y, al regreso, nos damos cuenta de que lo más importante no es lo que motivaba inicialmente el viaje. Estar disponible a lo que el mundo nos dice, a lo que descubre, implica una cierta forma de «des-subjetivación»: para que los mundos interiores se pongan a resonar con los lugares y los paisajes, hay que aceptar que no somos los dueños.

He creído poder inscribir esta disponibilidad para el mundo, este sabor y esta usanza del mundo, en un gesto de transmisión y de intercambio. Se trataba también de una mirada a partir de mi lugar geográfico: al dar voz a mi posición de africano que observa el mundo. Pese a que hemos sido observados, capturados, «dilapidados», tenemos muy pocas trazas literarias de lo que pensábamos del resto del mundo: creo que es importante que hoy en día nos toca observar el mundo y dar nuestras opiniones.

MPB – Es usted a la vez economista, músico y además escritor y dramaturgo, lo que le lleva a atravesar entornos muy diferentes: a lo largo de la obra, nos cruzamos con músicos e investigadores, directores de escena o adeptos de artes marciales. La des-subjetivación de la que hablaba ¿se debe también a esta identidad múltiple?

FS – Esto sobre todo me permite escaparme del marco organizado para cada viaje, para ir a perderme sin mis guías o anfitriones, sin dejarme llevar por sus acciones. Siempre hay un riesgo de ver un lugar solo a través de los ojos de las personas que nos han invitado: cualquiera que sea su benevolencia, los recorridos están señalizados y, si no se está atento, uno solo ve lo que se le deja ver. Circular entre diferentes identidades permite escapar a los efectos burbuja, a las asignaciones y al punto de vista monocromo. Es por eso también que hay que realizar ciertos viajes varias veces: Niodior regresa varias veces en el texto porque determinadas cosas solo se revelan en ciertos momentos del año, en ciertas épocas, bajo ciertas perspectivas. Y, entonces, al observar esos lugares cuyo acceso está organizado por los otros, me parecía importante también poner de manifiesto, en el libro, los lugares que me son propios: mi pueblo, mi isla, lugares inmóviles como los dojo, donde se realiza la experiencia, tanto en intensidad como en duración. Esto añade otra textura al viaje.

MPB – Cuando se lee atentamente La Saveur des derniers mètres, uno se da cuenta de que la sucesión de capítulos perfila una geografía precisa. En un primer momento, se tiene la impresión de que la brújula tradicional de este tipo de texto está como enloquecida: las etapas no se organizan según la polaridad Norte/Sur y Oriente/Occidente, tan esencial en la tradición de los relatos de viaje. ¿Era importante para usted salir de esta polaridad heredada para trazar un recorrido que fuera «en todos los sentidos»?

FS – Totalmente. Cuando comencé a compilar los textos que elegí, a veces esperaba porque me faltaba un poco de Asia, ya que pensaba que no había captado lo suficiente, o que los textos de mis viajes a Brasil no me satisfacían. Estaba decidido a no reproducir la binaridad que usted evoca, y sobre todo a hacer que este libro fuera una circulación en el mundo que desbaratara las geografías asignadas y los ejes verticales. Creo que esa es una tarea sobre la que hay que trabajar de forma activa. Hay que lateralizar el mundo y multiplicar los circuitos, y posicionarse en la vorágine o la espiral. Hay que salir, incluso de forma geográfica, de esta ruta totalmente trazada. No es algo fácil: todavía hay muchas estructuras fuertes y dominantes que determinan el sentido de los movimientos y las circulaciones, pero cuando se tiene la oportunidad de desbaratar los sentidos asignados, creo que hay que hacerlo y buscar lugares que no sean aquellos hacia los que todo el mundo corre. Si puedo elegir, prefiero no ir a las grandes capitales. Prefiero Salvador de Bahía, un pequeño pueblo o Kampala.

Esto tiene que ver con el hecho de que mi punto de vista sobre el viaje está ligado al mismo tiempo a mi condición asignada de africano y a una historia individual hecha de varios estratos que toman experiencias, humanidades y afinidades electivas provenientes del mundo entero. He intentado hacer de manera que el relato refleje esta ambigüedad: cuando hablo de un retorno de Egipto y sugiero, con palabras apenas veladas, el racismo de las y los auxiliares de vuelo de la RAM, o cuando entablo una conversación con un migrante africano que pide limosna en Mantua, lo que cuenta es mi condición asignada; pero cuando hablo de las artes marciales en la cornisa de Dakar, se trata de una tradición transmitida desde Okinawa por quien fue mi maestro durante quince años, Jean-Paul Ducros, pasando por Francia, Senegal y Japón.

MPB – En esta doble afirmación cosmopolita y africana encontramos un eco de lo que Achille Mbembe y usted mismo habían planteado al inicio de los Ateliers de la pensé de Dakar y de lo que la obra colectiva Écrire l’Afrique-Monde (2017) da testimonio: esta idea de que ha llegado el momento, para África, de hablar de los asuntos del mundo entero, desde África, pero sin tratar únicamente cuestiones africanas.

FS – ¡Exactamente! Salir de lo que la asignación puede tener de reductor implica desarrollar una consciencia planetaria, una usanza del mundo y del África-mundo. Sin duda, las problemáticas del continente nos atañen, pero debemos poder observar tranquilamente cuestiones mucho más amplias, en calidad de habitantes de este planeta. Sin embargo, muy pocos aún estamos invitados a conversar de otra cosa que no sea África: están dispuestos a escucharnos sobre este continente, pero mucho menos sobre el resto del mundo. Creo que eso es un problema.

MPB – Un texto-viaje que se despliega, por tanto, en todos los sentidos. Y, al mismo tiempo, pese a las incursiones en Lisboa, Nueva York, Italia, etc., el Norte está insensiblemente relegado a la periferia del libro, en beneficio de otros centros y otras resonancias –de Senegal a Camerún, y también Haití. ¿Es esto una manera de poner en práctica esa conexión entre los sures que se expresaba como deseo en la última edición de los Ateliers de la pensée?

FS – Yo diría incluso que esta puesta en práctica se efectúa de forma activa y consciente. Como lo decía anteriormente, cuando llega una propuesta de viaje y Haití se presenta, gana Haití. Lo mismo ocurre con Brasil. Porque existe hoy un verdadero deseo colectivo, compartido, de conectar África y sus diásporas, y también de ir hacia los lugares que no parecen deseables de forma espontánea –¡cuando en realidad lo son! Como dice el ensayista indio Pankaj Mishra, «nos han captado en nuestro deseo de Occidente, que nos habita y ha determinado en gran medida los lugares hacia los cuales íbamos y los lugares que se han convertido en deseables». Yo me dije que era necesario conseguir «desimantarse»: si no lo hacemos, el riesgo es quedarse imantados por las grandes capitales culturales del mundo, y acabar dando vueltas mientras que el resto del mundo se convierte en algo completamente desconocido.

MPB – De esta imantación habla también en su libro, cuando usted evoca el ideal de España que obsesiona a vuestro primo decidido a emigrar, y que despuebla las calles de Niodior:

«Desde hace algunos años, es un baño de sangre. Se contabilizan unos mil jóvenes que han hecho la travesía sobre una población estimada en ocho mil quinientos individuos. Las aulas están vacías; los campos, abandonados; los equipos de navétanes, reducidos, y las piraguas de pesca, con falta de mano de obra. Y, sobre todo, quienes se han quedado se sienten atraídos por el espejismo de España, que se ha convertido en su único sueño. Este espejismo ha empujado los imaginarios de los demás y ha reducido las posibilidades a una sola…».

En un libro sobre el viaje, estas páginas son impresionantes porque evocan un punto raramente evocado en Europa: las migraciones contemporáneas están también motivadas por un poderoso deseo de viaje…

FS – Creer que la dimensión económica prima sistemáticamente es un error: contrariamente a lo que se dice, los que parten no son los más necesitados. Tienen medios para ahorrar, pagar a un barquero y organizar un viaje. Los más pobres no se van, o se desplazan a un lugar cercano. Cuando se lleva todo al problema de la empleabilidad, no se ve que la dimensión imaginaria es más importante. Y sobre este asunto, hay que reconocerlo: por ahora hemos perdido la batalla de los imaginarios. No hemos conseguido mantener la esperanza en lugar seguro para una cierta proporción de la juventud, ni hacer que nuestros espacios sean suficientemente deseables para ellos. Lo que conduce a los jóvenes a intentar travesías tan peligrosas es el imaginario, y es por eso que hay que trabajar sobre las representaciones.

MPB – A ese respecto, usted escribe que no sirve de nada tener una mirada moralizadora o alertar a los posibles emigrantes sobre los peligros y las desilusiones del viaje. Lo que se diga tiene poca fuerza contra tal potencia, tal deseo de otro lugar.

FS – Lo vemos ya: sus miradas están ya en otro lugar. Ya no están aquí mentalmente. Están en un momento de sus vidas donde deben tomar caminos iniciáticos. Las grandes iniciaciones de nuestras sociedades ya no existen, pero están en un imaginario donde un humano, un hombre en la flor de la juventud, debe ponerse a prueba y realizarse, debe desbrozar su propia senda, trazar su camino, abatir sus árboles. Deben hacerlo.

En eso consiste esta arriesgada y peligrosa travesía: ¡es una iniciación! Ella crea la posibilidad de un relato propio. Es Ulises y muchas otras mitologías. Cuando regresan, es el retorno a Ítaca, y es fundamental comprender esto sobre ellos. Tienen su propia lectura de la geopolítica del mundo. Están imantados y nosotros no conseguimos desimantarlos, o hacer de modo que los lugares que dejan sean tan deseables para ellos. No lo hemos conseguido aún.

MPB – ¿Ve usted su trabajo de escritura como una forma de participar en esta lucha por la renovación de los imaginarios?

FS – Completamente. En Meditations africaines, describía a un joven que tomaba clases de piano en Saint-Louis. Estaba entre un montículo de desechos y un maestro de piano que enseñaba notas que perforaban el alma de este joven. Me daba cuenta de que, desde cualquier lugar, podemos elevarnos hacia el cielo. Lo esencial es mirar los lugares con suficiente sensibilidad y benevolencia, sin demagogia, y revelar todas las virtualidades a través de la única fuerza de la mirada. Los lugares encierran una pluralidad de virtualidades y potencialidades para quien sabe verlas. Sé que es un elogio paradójico por parte de un gran viajero… En ese sentido, soy el menos indicado para prohibir o desaconsejar viajar a nadie. La posibilidad del viaje debe inscribirse como una libertad fundamental: cada uno debe tener la posibilidad de ir a visitar el mundo, ir a probarlo y adquirir las usanzas del mundo. Creo que esta libertad fundamental se distribuye de manera completamente inicua y asimétrica, negando una aspiración a la que los jóvenes africanos tienen derecho. Ellos deben poder circular, por deseo, por placer, no solo por necesidad vital. Un viaje que no sería solo en el modo «camino o muero». Solo se les permite una modalidad reducida del viaje: la de poner su vida en la balanza, cuando deberían poder circular libremente, ir y volver. Y creo que, si esa circulación fuera posible, descargaría la potencia del imán que les atrae hacia esas grandes capitales europeas.

MPB – En su libro no viaja solo: la geografía de esos viajes está tejida con una serie de amistades, encuentros y reencuentros que le vinculan a esos lugares del mundo. Si el tema de las diásporas es, hoy en día, objeto de muchas reflexiones, lo que usted describe es un tipo de diáspora amistosa…

FS – Creo que es importante nombrar a las amistades, las afinidades electivas, nombrar los lugares, las personas, inscribirlos en una patria imaginaria que es probablemente, en el fondo, nuestra verdadera patria: la de los vínculos que tejemos. Lo que apreciamos no son los lugares vacíos, deshabitados: si consideramos entrañables ciertos lugares, es porque ciertos vínculos nos amarran, y llegamos a decidir instalarnos o abandonar ciertos lugares porque la calidad de las relaciones que nos vinculan ha perdido fuerza. Señalar personas de carne y hueso, seres de buena voluntad que intentan mantener viva la luz, retomando una cita de René Char, permite también salir de las dicotomías demasiado fáciles. En todos los lugares he encontrado seres motivados por el sueño de las relaciones de calidad, de la bella cooperación social, y el sueño de hacer emerger mundos mucho más armoniosos, justos e igualitarios. Esas afinidades reducen las distancias, la singularidad, y el lugar de hospitalidad se convierte en una morada donde encontramos alegría y placer de establecernos. Esas personas te acogen y crean espacios para que uno pueda encontrarlos y encontrar a otras personas. Ese poderío me parece político. Poco importa lo que los Estados o gobiernos hagan, porque los individuos, en esos lugares, tejen vínculos de otra naturaleza.

MPB – El relato de viaje siempre es más o menos un relato de sí mismo, y su libro no es una excepción: encontramos, a pequeñas pinceladas, el pueblo de su infancia, el origen y la razón del nombre «Felwine» y también la silueta de su padre. ¿Formaba parte del proyecto de escritura esta dimensión autobiográfica?

FS – Lo pensé mucho, porque veía aparecer este aspecto, y yo soy una persona púdica, bastante desconfiada respecto a las tentaciones de la auto-ficción y de la biografía. Tenía como propósito evitar el narcisismo y me preguntaba en qué sentido esta parte podría interesar a los demás. Pero en el capítulo dedicado a Niodior, bajo el mango de Boussoura, tomo al lector de la mano y lo introduzco en la intimidad de mi morada. Le abro el espacio de mi casa, simplemente. Lo que me importaba era hacerlo de manera sencilla, sin artificio. Le invito a mi casa: «ven a tomar un café, siéntate bajo el mango de Boussoura para tomar el té y escuchar las historias». Es una cuestión de hospitalidad que permite una forma de intimidad y, por tanto, un texto más desencarnado.

No soy mayor, pero creo que, con la edad, nada de lo que es humano me es extraño. He descargado en gran medida los elementos biográficos, que son simples y banales, y pueden instalarse de manera bastante simple en el relato en tanto en cuanto no quiera hacerse de ello una singularidad extraordinaria. Me di cuenta de que no podía tocar ciertas cuestiones en sus verdades si no las exponía tal y como son. Era necesario, en honor a la verdad del relato, hablar de la piragua y de los reencuentros con los lugares de infancia tras los viajes.

MPB – Hablando de recorrido, su trayectoria está marcada por una serie de idas y regresos entre el trabajo literario (del relato al teatro) y el proceso intelectual, en una observación del mundo contemporáneo que se nutre de las ciencias sociales. ¿Cómo se sitúa usted hoy, en este punto intermedio?

FS – Este año es para mí un año literario: acabo de terminar una novela titulada Les lieux qu’habitent mes rêves, que será publicada en el último trimestre, y un texto de teatro, Traces, ya montado y representado, publicado por Actes Sud. En paralelo, actualmente estoy en la Universidad de Duke para trabajar en un proyecto titulado «La ecología de los saberes» que plantea la pluralidad de los regímenes del saber tal y como se abordan, en particular en las artes: el curso que imparto actualmente, «Music, History & Politics in Contemporary Africa», trata de proponer una historia poscolonial de África exclusivamente a través del archivo musical. El archivo musical nos da información sobre los datos culturales, evidentemente, pero también abundante información sobre datos sociales y políticos: el archivo musical es un lugar de conocimiento. Al mismo tiempo, mi reflexión económica continúa: habíamos emprendido hace tres años en Nantes una serie de entrevistas con el economista Gaël Giraud, cuyo enfoque atípico aprecio, y esto ha dado como resultado un libro que se titula L’Économie à venir. En él, repensamos todas las categorías filosóficas y antropológicas de la economía dominante y las sesgamos para esbozar otras perspectivas.

MPB – Esos diferentes proyectos personales parecen marcar también el deseo de hacer una pausa con respecto a su intenso compromiso en un proceso colectivo como el de los Ateliers de la pensée, donde se trata de organizar la posibilidad de una circulación de saberes. ¿Cómo vive usted hoy en día ese papel de portavoz de una nueva generación de investigadores africanos?

FS – Los talleres continúan, y estamos reflexionando sobre la próxima edición, pero necesitaba efectivamente encontrar una vía singular que me fuera propia y un conjunto de cuestiones que me habitan. Se quiera o no, comprometerse en este tipo de acción, publicar Afrotopía o aceptar contribuir a un informe consagrado a la restitución de las obras de arte, implica convertirse en un portavoz, a riesgo de verse rápidamente encerrado, perpetuamente asignado a ese rol por las entrevistas o las conferencias. Sin embargo, aunque es esencial asumir esta responsabilidad, hay que saber escaparse para renovar el hilo de lo que nos animaba antes de entrar en estas cuestiones. Hay que saber retirarse de esos lugares, dejarles evolucionar a su ritmo, para encontrar caminos más íntimos e individuales que regeneran y nutren de nuevo. Hay que saber abrevarse, volver de nuevo a cuestionar, para ser capaz de decir algo que valga la pena ser dicho. Llega un momento en el que es necesario salir del torbellino y plantearse de nuevo las cuestiones fundamentales que nos animan. Hay que volver a la búsqueda.

Entrevista realizada en francés por Mathieu Potte-Bonneville y traducida por Inmaculada Ortiz.

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