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El dilema del presidente egipcio

El dilema del presidente egipcio
El ejército egipcio financió una canción de corte nacionalista con alabanzas al cuerpo militar: 'Que el que sostuvo su bandera en alto esté a salvo y el que conoció su verdadero valor y pagó el precio incluso cuando significó la vida y la muerte'. Imagen de Aboodi Vesakaran en Unsplash
El ejército egipcio financió una canción de corte nacionalista con alabanzas al cuerpo militar: 'Que el que sostuvo su bandera en alto esté a salvo y el que conoció su verdadero valor y pagó el precio incluso cuando significó la vida y la muerte'. Imagen de Aboodi Vesakaran en Unsplash
Jaume Portell Cano

Jaume Portell

Periodista

Sharifa:’Mi piel es suave, pero mi corazón es cruel, y mi mordida mortal’.

Firdaus: «¿Como una serpiente?

Sharifa: Sí, exactamente como una serpiente. La vida es una serpiente. Son lo mismo, Firdaus. Si la serpiente se da cuenta de que no eres una serpiente, te morderá. Y si la vida sabe que no tienes aguijón, te devorará’.

Mujer en el punto cero, Nawal el Saadawi.

Cuando Abdel Fattah al Sisi llegó al poder, millones de egipcios respiraron tranquilos. Era el verano de 2013, y muchos de ellos llevaban días protestando en la calle ante la deriva autoritaria del presidente Mohammed Morsi, el candidato de los Hermanos Musulmanes. Al Sisi, un general, había pedido la dimisión de Morsi y la convocatoria de elecciones democráticas, y su visión era compartida por sectores que iban desde las feministas hasta los salafistas, pasando por los cristianos coptos. El general había dado un golpe salvador y necesario. De nuevo, el ejército había acudido para salvar a Egipto. La plaza Tahrir, punto de encuentro de los manifestantes que tumbaron a Hosni Mubarak en 2011, se llenó de nuevo: hombres y mujeres celebraban la llegada de Al Sisi, a quien ya comparaban con la figura política más relevante de la historia moderna del país, Gamal Abdel Nasser. El departamento de relaciones públicas del ejército financió la producción de una canción de corte nacionalista, plagada de alabanzas al cuerpo militar, y esta se convirtió en un hit que sonaría en bodas y fiestas con versos como este:

“Que el que sostuvo su bandera en alto esté a salvo

y el que conoció su verdadero valor

y pagó el precio incluso cuando significó

la vida y la muerte”

Desde entonces, Egipto no ha conocido a otro líder. Al Sisi abandonó la vestimenta militar y se presentó a las elecciones en 2014, ganó los comicios con más del 95% de los votos y ha gobernado Egipto de forma indiscutible durante los últimos ocho años. Cuando llegó, al Sisi declaró que estaba preparado para hacer las reformas que hasta entonces nadie se había atrevido a hacer para cambiar el país. Aceptó un plan de ajuste del Fondo Monetario Internacional y dejó flotar la moneda: la libra egipcia pasó de las 8 libras por dólar a las 16 libras por dólar. Los salarios y ahorros de los trabajadores pasaron a valer mucho menos, y todas las importaciones fueron más caras. Gracias a unas exportaciones más baratas y a la promoción del turismo, Egipto debería salir del agujero. Egipto también apostó por la construcción de infraestructuras y las prospecciones de gas y petróleo.

El mandato de Al-Sisi ha dejado un balance crítico: en 2010, el año antes de la caída de Mubarak, Egipto debía 37 000 millones de dólares. En 2020 había multiplicado su deuda por cuatro, y los beneficios de ese incremento apenas se habían notado entre la población: 60 millones de egipcios viven por debajo del umbral de la pobreza en un país de 100 millones de habitantes. Hace unas semanas, la prensa económica inglesa -antiguo colonizador de Egipto- recordaba las palabras de Al Sisi poco tiempo después de llegar a la presidencia: “Pedimos prestado y pedimos prestado, y cuanto más pedimos prestado, más crece la deuda”. Este año, de nuevo, Egipto volverá a pedir prestado. En total, debe a las instituciones multilaterales  -FMI y al Banco Mundial- 52 000 millones de dólares, según señalaba el Financial Times. De nuevo, el pedir prestado al FMI ha acarreado un compromiso de dejar flotar la moneda: a principios de noviembre, ya eran necesarias 24 libras egipcias para conseguir un dólar. El siguiente paso de Al Sisi será más complicado: hacer que el ejército tenga un peso menor en la economía.

El poder del ejército

Hablar de la historia de Egipto es hablar de la historia de su ejército. Desde la caída de la monarquía en 1952, cinco de sus seis presidentes han sido militares, y el único que no había estado en el ejército -Morsi- apenas duró un año en el poder. El ejército fue el protagonista a la hora de derrocar a la monarquía, y del grupo de los llamados ‘oficiales libres’ saldrían dos presidentes. El más conocido, Gamal Abdel Nasser, gobernó durante 14 años. Su carisma personal y sus discursos a favor de los pobres, juntamente a la nacionalización del Canal de Suez, le hicieron popular más allá de las fronteras de su país. La profesora especialista en historia de Oriente Medio, Zeinab Abul-Magd, describió en un libro publicado en 2017 que el periodo de Nasser fue un “socialismo sin socialistas”. Pese a la retórica populista, muchos activistas izquierdistas egipcios acabaron en la cárcel durante los años de Nasser, y su gobierno era realmente el de un partido único.

Desde el fin de la II Guerra Mundial, el ejército egipcio se ha enfrentado hasta en cinco ocasiones al estado de Israel, y en prácticamente todas ellas ha salido derrotado. Este hecho no ha impedido que, con el paso de los años, el ejército se erigiera discursivamente como el defensor más firme del país – a medida que los militares iban acaparando más poder político, económico y social. El presidente Anwar al Sadat, que intentó normalizar las relaciones con Israel tras otra derrota militar, fue asesinado en 1981. Sus maniobras de acercamiento a Israel y los Estados Unidos, sin embargo, habían llegado para quedarse. Con Hosni Mubarak -otro militar- Egipto viviría casi tres décadas de dictadura. Los militares que hablaban de socialismo con Nasser no tuvieron ningún reparo en convertirse en capitalistas con Sadat y luego con Mubarak. La diferencia entre el sector estatal y el sector privado era, en muchos casos, inexistente: las empresas ligadas a los militares recibían contratos públicos, rebajas de impuestos y subsidios para poder tirar adelante sus negocios.

Tras su alineamiento con Washington, Egipto se convertiría también en un cliente fiel de la industria armamentística norteamericana. Desde 1980, según el think tank sueco especializado en defensa SIPRI, Egipto ha gastado unos 44 000 millones de dólares en comprar armamento. La mitad de esas armas venían de Estados Unidos. Pese a que Egipto fue el primer país árabe en reconocer oficialmente a Israel en 1980, en 2020 el 85% de los egipcios seguían siendo contrarios a esa postura. Con todo, quien manda es el ejército, y bajo el mando de Al Sisi esa situación ha ido a más. La obra de Zeinab Abul-Magd, “Militarizing the nation: the Army, Business and Revolution”, describe de esta manera la omnipresencia del ejército:

Posee empresas comerciales que invierten en casi todo y producen casi todo. Posee fábricas de pasta, de electrodomésticos, de cemento, de acero, de coches jeep, de fertilizantes y mucho más. Hornea pan subvencionado, produce alimentos en vastas granjas, construye puentes y carreteras, construye viviendas sociales, levanta estadios de fútbol, etc. Gestiona hoteles con lucrativos salones de bodas, complejos turísticos con lujosas casas de verano y edificios de apartamentos junto con lujosas villas. Gestiona gasolineras, empresas de transporte, empresas de limpieza doméstica y amplios aparcamientos. Construye autopistas de peaje para cobrar sus cuotas diarias. Por encima de todo esto, los exgenerales controlan el aparato burocrático del Estado encargado de gestionar la vida cotidiana de la población.”

Sobreviviendo a la invasión rusa de Ucrania

Egipto importa el 80% del trigo que consume de Ucrania y Rusia. El subsidio del pan sirve para alimentar a millones de egipcios, así que un conflicto entre sus dos principales proveedores será siempre una mala noticia. Con una industria turística aún tocada por la pandemia (en 2021 el número de visitantes estaba aún a un 40% del nivel prepandémico), Egipto tiene problemas para captar las divisas que necesita para importar la comida y el petróleo. Parte del golpe lo ha soportado gracias a la ayuda de sus vecinos: Arabia Saudí envió 5000 millones de dólares al banco central egipcio tras una visita de Al-Sisi a Riyadh en marzo. Más tarde, los Emiratos Árabes Unidos y Qatar añadieron otros 8000 millones de dólares entre ambos. Con estas inyecciones, el presidente egipcio compra tiempo mientras promete más reformas.

Al Sisi promete más diálogo con los jóvenes y la oposición, y ya ha anunciado un programa de privatizaciones con el que debería conseguir 40 000 millones de dólares en cuatro años. Parte de las ventas serán de empresas estatales, y la otra deberían ser empresas cuyos propietarios son los militares. Es ahí donde podría chocar con el ejército, auténtico árbitro de la vida política egipcia. Con todo, incluso si esas privatizaciones se completan, nada apunta a una solución a corto plazo para la mayoría de la población. El crecimiento de la economía egipcia de los últimos años no ha sido por cambios estructurales, sino por las inversiones en los sectores de la energía y la construcción. La llegada de nuevos socios extranjeros, más que estrenar un nuevo modelo, añadiría actores en el reparto de las rentas. Haga lo que haga al Sisi, la memoria histórica no le acompaña: en medio siglo, ningún presidente egipcio ha abandonado el poder de forma pacífica. Y él, que llegó gracias a un golpe de estado, lo sabe mejor que nadie.

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