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Más allá de la mirada occidental

Más allá de la mirada occidental
Protección contra el Covid-19 en Mali. Imagen de Ousmane Traore para Flickr CC
Protección contra el Covid-19 en Mali. Imagen de Ousmane Traore para Flickr CC

George Kibala Bauer

Economista y escritor congoleño-alemán
Protección contra el Covid-19 en Mali. Imagen de Ousmane Traore para Flickr CC
Protección contra el Covid-19 en Mali. Imagen de Ousmane Traore para Flickr CC

Por George KibalaEso de «África necesita ayuda» versus «¡No! ¡Hay mucho que aprender de África!”, es agotador. Y aparte de beneficiar a unos pocos expertos, ¿nos aporta algo?

Todos conocemos esa sensación: leemos un artículo de un experto occidental, o escuchamos una intervención generalista sobre todo lo que va mal en África, y sentimos la necesidad de poner a los occidentales y su visión del mundo subyacente, en su lugar. Tenemos la réplica preparada: «Seis o siete de las diez economías de más rápido crecimiento son africanas», o «Internet es más rápido en Nairobi que en Alemania», o «Sabes que África no se resume a chozas, asesinatos y violaciones, ¿verdad?»

Yo mismo he participado en varios de estos debates. Es humano, y a veces absolutamente necesario para restablecer el equilibrio. No obstante, también debemos ser conscientes del error que podemos estar cometiendo al participar y perpetuar una ambivalencia que ya es omnipresente, especialmente en un contexto de crisis e incertidumbre, y preguntarnos qué medidas podríamos adoptar para enfrentar las deficiencias de los informes occidentales sobre África, en particular en el contexto del COVID-19.

Un ejemplo: el drama en torno al «tratamiento a base de hierbas» de Madagascar. No tengo nada en particular en contra del tratamiento a base de hierbas. Pero ¿a caso no es hipócrita aplaudir un tratamiento no probado, cuando nos indignamos ante la propuesta de los médicos franceses de hacer ensayos con africanos para probar tratamientos? (Espero, por cierto, que las pruebas revelen la efectividad del tratamiento a base de hierbas; pero, hasta entonces, celebrarlo prematuramente sería irresponsable. Y también sería simplista pensar que el escepticismo en torno a este tratamiento es una cuestión meramente racista. Hay muchas otras razones para ser escépticos, y el último brote en la ciudad malgache de Toamasina demuestra que el tratamiento a base de hierbas no debe distraer de la necesidad de establecer una estrategia integral de contención y mitigación en todo el país).

Hablando claro, el tono de algunos informes occidentales sobre el COVID-19 en África destierra por completo la independencia y el ingenio de los gobiernos, comunidades y ciudadanos africanos. Pero, a veces, los informes occidentales deliberadamente promueven una ambivalencia para «provocar», causar reacciones e indignación, y luego poder saltar al otro lado de la balanza.

Muchos de los comentarios que dicen que «África lo está haciendo muy bien con el COVID» son igual problemáticos que los que afirman que “No hay esperanza para África ante esta crisis». Carecen de matices, minimizan la complejidad de la situación y, lo que es más importante, se hacen desde la mira occidental. También carecen de humildad: todavía tenemos mucho que aprender sobre esta crisis, y tenemos que valorar políticas equilibradas al enorme coste social y económico de las medidas de confinamiento. Tal y como ha advertido recientemente Teju Cole: «No dejo de pensar en las inundaciones, y en como los cuerpos ahogados se hacen visibles sólo cuando las aguas retroceden».

«Continente sin esperanza», “África emergente», «Afro-optimismo» o «Afro-pesimismo»: al final, estas metanarrativas binarias son dos caras de la misma moneda, e igual de inservibles. Es como cuando la gente comparte fotos de rascacielos en Nairobi en respuesta a los occidentales que resumen los países africanos a barrios pobres. Y, sí, yo también me he metido en esos debates, pero los barrios de chabolas siguen existiendo.

En varios países africanos son increíblemente alentadoras las audaces intervenciones políticas (estrategias de confinamiento o innovaciones para mejorar la seguridad social), la participación de los ciudadanos (intercambio de información, trabajadores comunitarios de la sanidad, asistencia solidaria) y las innovaciones (intervenciones sin requerimiento de alta tecnología, soluciones de ecosistemas empresariales, intercambio de información). Sin embargo, en paralelo, nos exponemos a muchos desengaños: el uso de esta crisis para fines autoritarios (Benín, Burundi, Uganda, por nombrar sólo algunos), el aumento de la inseguridad alimentaria (en el Sahel o la República Democrática del Congo) y la fragmentación de las políticas (¿Están los países africanos coordinándose y cooperando de la manera más eficaz posible? ¿Se están aplicando realmente las políticas? Y ¿están llegando a los más necesitados?). Estas últimas cuestiones son temas que debemos debatir y a los que también debemos prestar atención.

A veces, los que opinan que «África lo está haciendo muy bien”, tienden a evitar hablar de ciertos contextos o países. Puesto que estoy acostumbrado a que se pase por alto a la República Democrática del Congo como parte del «África Emergente», estos patrones de omisión deliberada me son familiares. ¿Los países con problemas o que no encajan en la ambivalencia que está de moda, no son africanos? Esto también da lugar a una falta de atención global a cuestiones cruciales: ¿Por qué las problemáticas elecciones que han tenido lugar en Benín y Burundi durante el mes pasado no han provocado más indignación?

Unido a esto hay una tendencia preocupante, que la escritora y analista política keniana Nanjala Nyabola llamó «Hombre-Africanista». Según Nyabola, «el hombre-africanista sólo puede hablar de África refiriéndose a Occidente», y se utiliza constantemente como instrumento para proteger a los africanos ricos y poderosos. Por supuesto, a veces, cuando esos africanos ricos y poderosos van a la ONU para representar nuestros intereses, apoyarlos puede ser una estrategia útil. Pero con demasiada frecuencia se silencian o evitan las críticas, como la evidencia de pobreza generalizada, corrupción o falta de transformación estructural, para no «complicar la historia» o desprestigiar a un determinado gobierno frente a la audiencia mundial.

Apuntando a la pobreza y la explotación se convierte en «eurocentrismo» que socava la «unidad africana», mientras que algunas élites continúan reforzando los mismos sistemas coloniales que retóricamente desprecian para consolidar su dominio de poder. Y más importante, según Nyabola, «El hombre-africanista tiene la arrogancia del pensamiento anticolonial, pero no su creatividad estratégica». Uno podría pensar también en la afinidad que comparten los expertos occidentales y africanos por las celebraciones acríticas de los estados autoritarios de desarrollo, pero me estoy desviando del tema.

El hombre-africanista está profundamente inmerso en una política falta de ambición, que es terreno fértil para que la indulgencia de la élite africana y el autoritarismo puedan prosperar. El politólogo Ken Opalo de la Universidad de Georgetown habló de ello en profundidad en un reciente blog:

Es necesario ir sin sombrero de hojalata para poder ver las muchas formas en que los líderes africanos continúan actuando como «administradores nativos» coloniales. Algunos ni siquiera tratan de aparentar tener aspiración por gobernar sociedades bien organizadas. Durante casi seis décadas, el sistema estatal mundial ha dado cabida a la mediocridad de la élite en África. Durante este período, la colusión entre las élites africanas y no africanas para la sustracción de los recursos de la región se saldó con ayudas económicas y otras formas de asistencia.

Tal y como subraya Opalo, el COVID-19 y sus consecuencias económicas están a punto de hacer que esta indulgencia de la élite, que es ya increíblemente cara, «sea mucho más cara». En el caso de la República Democrática del Congo, que se enfrenta a una grave recesión, múltiples crisis de salud pública, inseguridad e inflación de precios de los alimentos; mientras gran parte del país se centra en un escándalo de corrupción del gobierno y una permanente batalla de poder entre los socios de la coalición, el precio de esta indulgencia se hace evidente.

En Africa Is a Country lo sabemos bien: existen muchos problemas estructurales y sesgos en la información de Occidente sobre África, que evidentemente no desaparecerían al hablar del COVID-19. La crítica a las deficiencias de los medios de comunicación occidentales es esencial, pero también debemos pensar estratégicamente en cómo disolver las relaciones de poder en los medios locales.

El politólogo Jan-Werner Müller subraya que el COVID-19 hace que la cobertura mediática local sea vital y más importante que nunca. A Müller le preocupa que el declive de los periódicos locales «haya reforzado la perniciosa polarización». La cobertura de los periódicos locales también es clave para desmenuzar otras metanarrativas inútiles como la de «China es país amigo vs. China es el nuevo colonizador africano», tal y como he señalado en artículos previos, en las noticias locales del Congo, y la iniciativa china “Belt and Road”. La asociación entre medios de comunicación de distintos países africanos y de la diáspora, como ocurre en Kenya entre Africa Is a Country y The Elephant, podría ser también parte de la solución.

Por último, tener una perspectiva matizada, comprometerse con las realidades locales y trascender a la mira occidental es más interesante y gratificante para todos los implicados. Todo este ir y venir de que «África necesita ayuda» vs. «¡No! ¡Hay mucho que aprender de África!” es agotador, y aparte de beneficiar a unos pocos expertos, ¿nos aporta algo? Como miembros de la diáspora, o como miembros de la élite intelectual, también deberíamos reflexionar sobre las advertencias de Frantz Fanon de «Wretched of the Earth«:

La burguesía nacional se deleita, sin recelo y con gran orgullo, en su papel de agente en las negociaciones con la burguesía occidental. Ese papel lucrativo, esa función de mafioso de poca monta, la estrechez de pensamiento y la falta de ambición son síntomas de la incapacidad de la burguesía nacional para estar a la altura de su papel histórico. El aspecto pionero, dinámico, ingenioso y descubridor de nuevos mundos, común a cualquier burguesía nacional, aquí lamentablemente brilla por su ausencia. Dentro de la burguesía nacional de los países coloniales prevalece una mentalidad hedonista, porque se identifica a nivel psicológico con la burguesía occidental, de la que ha sorbido cada lección.

A veces es importante, estratégicamente, taparse la nariz, y como dijo Amilcar Cabral: «No enmascarar las dificultades, los errores, los fracasos. No atribuirse victorias fáciles».

Alegrarse de que los países africanos estén superando a países como el Reino Unido en su respuesta al COVID-19 es la definición exacta de atribuirse victorias fáciles, basadas en la falta de ambición. La respuesta de casi todas las naciones parecería positiva en comparación con la de Reino Unido. ¿Por qué iba ser un referente para los países africanos una nación en declive acelerado, con una combinación tóxica de desigualdades regionales, nostalgia imperial, polarización mediática y nepotismo?

Finalmente, el COVID-19 es un poderoso recordatorio de que debemos sanear la realidad africana en todas sus formas para poder definir y atajar adecuadamente los desafíos a los que nos enfrentamos e imaginar el futuro de África, que trasciende a la mira occidental.

Como dijo el difunto Binyavanga Wainaina tan brillantemente en una charla que dio en la Universidad McGill: “A mi todo ese asunto del África Emergente me da igual».

George Kibala Bauer es un economista y escritor congoleño-alemán que vive en Londres.

Artículo originalmente publicado en inglés en Africa is a Country y traducido al español y al francés por Casa África.

 

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