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El emprendimiento africano que quiere garantizar la protección del planeta

El emprendimiento africano que quiere garantizar la protección del planeta
Imagen: Comfreak en Pixabay
Carlos Bajo Erro

Carlos Bajo Erro

Periodista cofundador de Wiriko

Las empresas emergentes que ponen el acento en la defensa del medioambiente dibujan un futuro comprometido con la naturaleza en África

Nuevas formas de producir energía, nuevas formas de gestionar los residuos, nuevas formas de moverse. El ecosistema de las empresas emergentes africanas no solo pretende ser un motor de desarrollo económico y social, para el continente, sino que ha demostrado la conciencia de que, para mejorar las vidas de sus ciudadanos, tiene que ser también una herramienta de defensa y protección del medio ambiente. No es solo una declaración de intenciones. Durante 2020, el sector de las cleantech, que engloba industrias diversas relacionadas con las tecnologías “verdes”, las energías renovables, el tratamiento de residuos y otras actividades medioambientalmente sostenibles y limpias, aparece como el segundo más atractivo para los inversores, según el informe de Briter Bridges, solo superado por el de las fintech, las soluciones tecnológicas financieras. El 22 % de la financiación aportada a empresas emergentes, cifrada por este estudio en más de 2400 millones de dólares, fue a parar a alguna de estas iniciativas respetuosas con el medio ambiente.

“Desde la independencia hemos reforestado la superficie completa de Madagascar tres veces, pero solo queda el 10 % de bosque primario”, explica Max Fontaine, fundador de Bôndy, una empresa social malgache que se dedica a labores de reforestación en la isla, en Emerging Valley, un encuentro de startups africanas y europeas celebrado en Marsella. La experiencia de este joven franco malgache demuestra hasta qué punto la introducción de la innovación tecnológica puede mejorar las acciones de protección medioambiental. “El problema no es la falta de iniciativas, sino la forma de ejecutarlas y de su impacto en el medio ambiente y las poblaciones locales”, afirma Fontaine. “Podemos plantar millones de árboles, pero si no hay beneficios ambientales, sociales y económicos es dinero perdido. Nosotros hemos analizado las causas del fracaso de la reforestación y hemos detectado fundamentalmente tres: la falta de experiencia técnica, porque se plantan especies que no están adaptadas al terreno; la falta de seguimiento, porque muchas veces se plantan árboles, se hace la foto y se olvidan, y la falta de implicación de la población local, porque los árboles no les generan recursos”.

Bôndy supone una nueva manera de abordar uno de los retos ambientales más serios a los que enfrenta el continente africano: la deforestación. A la sombra de iniciativas más populares como la conocida y aplaudida Gran Muralla Verde, otros proyectos más modestos plantan cara a la desertización y la reducción de la biodiversidad. En el caso de Madagascar, por ejemplo, esta amenaza ligada al cambio climático provoca un impacto directo en la vida de los malgaches en forma de sequías y hambrunas. Para superar las causas de los fracasos de los proyectos de reforestación, Bôndy ha recurrido, en gran medida, a la innovación tecnológica. Max Fontaine introduce en su explicación herramientas que pueden resultar sorprendentes: blockchain para hacer el seguimiento del desarrollo de los árboles, vigilancia espacial para monitorizar las superficies repobladas y kits de análisis rápido del suelo para valorar cuáles son las especies más adecuadas en cada caso. Fontaine, sin embargo, insiste en que el trabajo más difícil es el que tiene que ver con la parte humana y social. “Las poblaciones locales eligen las especies, basándose en los estudios técnicos y teniendo cuenta las necesidades concretas que identifican. Esas poblaciones son las responsables del proyecto y las especies elegidas son cien por cien útiles y responden a sus necesidades”. El modelo de Bôndy se sostiene sobre sus resultados: 300 000 árboles productivos plantados en los terrenos de 300 agricultores, 10 000 baobabs replantados y 10 000 hectáreas de manglares en proceso de reforestación para mejorar los recursos de los pequeños pescadores.

La producción de energía es otro de los ámbitos en los se solapan la lucha contra el cambio climático y las necesidades sociales. Menos de la mitad de la población de África subsahariana tiene acceso a la electricidad, por ejemplo, pero el porcentaje cae hasta menos de un tercio de los habitantes en los entornos rurales de la región. Mientras, los combustibles fósiles siguen siendo la fuente de energía fundamental en el continente africano. De manera que el reto es doble: aumentar la proporción de africanas y africanos que pueden disponer de electricidad y que esta sea, en la mayor medida posible, de fuentes limpias. Grandes empresas transnacionales se han lanzado al mercado de las energías renovables en el África al sur del Sahara; paralelamente, resultan llamativas las experiencias de numerosas startups que privilegian la dimensión más social.

Mali Solar Initiative podría ser uno de esos ejemplos de empresas emergentes con impacto social que pretenden extender el acceso a la electricidad de la manera más respetuosa posible con el medio ambiente. Assitan Fofana es la fundadora de esta empresa y cuando es preguntada por el sentido de su iniciativa repite insistentemente que la electrificación en el entorno rural maliense no llega al 20 % y “paradójicamente Mali tiene un enorme potencial en la producción de energía solar que solo es explotado parcialmente”. Según esta emprendedora, la motivación de los impulsores de la iniciativa es “colaborar en el éxito de la transición energética en Mali”, del protagonismo de los combustibles fósiles al uso de las fuentes renovables. La empresa propone instalaciones solares domésticas que cubren necesidades básicas como la iluminación de la casa, el acceso a Internet o la recarga de aparatos eléctricos y, al mismo tiempo, instala quioscos solares en entornos rurales remotos, una solución bastante habitual en empresas con estos mismos objetivos en todo el continente.

El compromiso medioambiental no es patrimonio exclusivo de las empresas sociales que intentan construir su futuro a pequeña escala. Precisamente, una de las últimas noticias del pasado año en el ámbito de la financiación de startups fue la obtención por parte de la empresa nigeriana MAX (Metro Africa Xpress Inc.) de una inversión de más de 30 millones de dólares. Se trata de una empresa emergente especializada en el sector de la movilidad, que en 2019 introdujo como una de sus líneas de negocio más innovadoras el trabajo con vehículos eléctricos en el transporte público. La iniciativa se presenta como líder en la transición “hacia la movilidad urbana eléctrica e inteligente con un impacto positivo en el planeta”, ya que facilitan la adquisición de motocicletas eléctricas para su uso como taxi-moto. Los impulsores de la iniciativa han anunciado que la última inyección de capital se destinará a extender sus servicios en mercados como el de Ghana, Egipto y otros países del África francófona. Su apuesta por la movilidad eléctrica ocupa un espacio privilegiado en esta estrategia de expansión y pretenden poner en circulación 62 millones de estas motocicletas para 2030, contando con que el 70 % se utilizará para el transporte público.

Otros sectores, como el de las tecnologías para la agricultura, que atrae entre un 7 % y un 13 % (en función de las fuentes que se consulten) de las inversiones en startups del continente, se han volcado en la búsqueda de soluciones sostenibles, desde la optimización de recursos como el agua hasta la elaboración de abonos ecológicos para mejorar la productividad, por ejemplo.

Artículo redactado por Carlos Bajo Erro.

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