África frente a los aranceles de Trump: ¿Repetir la historia o trazar un nuevo rumbo económico?

África frente a los aranceles de Trump: ¿Repetir la historia o trazar un nuevo rumbo económico?
La influencia de Estados Unidos. Imagen de Adobe Stock
La influencia de Estados Unidos. Imagen de Adobe Stock
Jaume Portell Cano

Jaume Portell

Periodista

Es imposible que un papel vuelva a estar liso una vez arrugado. O que un huevo vuelva a su estado inicial después de romper la cáscara. Sin embargo, estos días estamos asistiendo a un objetivo -ligeramente- más ambicioso que los dos anteriores: deshacer la globalización tal y como la conocemos. Y lo hace, precisamente, el país que puso en marcha su última versión. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quiere hacer marcha atrás de la deslocalización con la que su país resolvió su crisis de los años 70. Entonces, la estanflación -una mezcla de estancamiento e inflación- se superó subiendo tipos de interés, congelando salarios y trasladando las manufacturas a países con costes laborales más bajos.

El modelo era el siguiente: los trabajadores estadounidenses quizá cobrarían menos en trabajos del sector servicios, pero podrían acceder a productos tan baratos que esto les permitiría mantener un nivel de consumo creciente. Las industrias de bajo valor añadido estarían en otra parte, y gracias al transporte marítimo barato las empresas estadounidenses volverían a tener ganancias. Además, si los estadounidenses no podían acceder a una casa o un coche, podían pagarlos a plazos accediendo al crédito. Fue un modelo que reconfiguró el mapa del mundo y que la mayoría de los países occidentales abrazó, en mayor o menor medida. Un modelo que tuvo un infarto en 2008 y que, desde entonces, ha intentado reconfigurarse caminando a tientas sin demasiado éxito. En ese malestar florecieron los movimientos políticos como el que ahora ostenta el poder en Washington.

Lesoto, el país africano más afectado por los aranceles

Los aranceles de Estados Unidos -anunciados el 2 de abril y aplazados durante tres meses poco después- han golpeado considerablemente al continente africano: países como Lesoto (50%), Madagascar (47%), Mauricio (40%) y Botsuana (37%) han visto como les señalaban por encima de los demás, que tienen aranceles que oscilan entre el mínimo del 10% (Gabón, Gambia, Senegal o Guinea-Bissau) y el 31% (Libia). Los aranceles se han calculado a partir de una fórmula que no tiene nada que ver con el posicionamiento geopolítico de los países africanos o su acercamiento a los BRICS. La administración Trump ha dividido el déficit comercial por la cantidad de importaciones que Estados Unidos obtuvo de ese país. Dicho de otra forma, si Estados Unidos le vende 3 dólares en mercancías a Lesoto y le compra 237 dólares, Estados Unidos tiene un déficit comercial con Lesoto de 234 dólares. Para calcular los ‘aranceles recíprocos’, Estados Unidos ha dividido el 234 por 237 y ha dividido el resultado entre dos para conseguir el 50% que quiere aplicarle a Lesoto. Con esta jugada Trump pretende que el déficit comercial de Estados Unidos con Lesoto sea 0, algo que solo puede lograrse si:

  1. Lesoto aumenta muy considerablemente el consumo de productos estadounidenses. En 2024 apenas gastaron 2.7 millones de dólares en productos como cereales, aceite vegetal y alubias.
  2. Estados Unidos deja de consumir los productos que ahora mismo le compra a Lesoto. En 2024 gastaron 237 millones de dólares, sobre todo en diamantes y ropa, como las camisetas para jugar al golf con un logo que lleva el nombre de Trump.
  3. Las empresas que trabajan en Lesoto trasladan su producción de ropa y diamantes a Estados Unidos.

Los ciudadanos de Lesoto, desafortunadamente, no tienen el poder adquisitivo para comprar productos estadounidenses -más allá de los muy subsidiados productos agrícolas. Y, por mucho empeño que le pongan, los diamantes seguirán estando en Lesoto y Estados Unidos no podrá producirlos. Por eso debe comprárselos al país africano.

Los grandes déficits comerciales de Estados Unidos con algunos países africanos reflejan, hasta cierto punto, la falta de poder adquisitivo de millones de africanos. Por eso raramente van a comprar productos manufacturados en Estados Unidos si pueden conseguir alternativas mucho más baratas hechas en China. Los aranceles no van a cambiar esta realidad, pero sí pueden destruir el mercado que algunos países africanos -las empresas americanas y asiáticas que se habían instalado en ellos- habían conseguido crear en Estados Unidos. Se trata de un giro completo respecto a la situación de los años 80, cuando Estados Unidos salió de su crisis apostando por la globalización -y les propuso a los países africanos hacer lo mismo para dejar atrás sus problemas.

Un ‘déjà vu’ para el continente africano

La mayoría de los países africanos, en los 80, fueron arrollados por una mezcla de decisiones internas y el contexto global. Durante los primeros veinte años de independencia (1960-1980), intentaron recuperar el terreno perdido durante la época colonial apostando por la educación, la industria y la construcción de infraestructuras. En un clima de precios altos para las materias primas, muchos pidieron prestado a tipos de interés variable para hacer frente a esas inversiones. Cuando Estados Unidos subió sus tipos de interés para combatir su propia crisis en 1980, el continente africano sufrió un triple shock: cayeron los precios de las materias primas por la bajada de consumo occidental, aumentaron los pagos de intereses y muchos capitales salieron del continente africano. Sin dólares, endeudados y sin más actores a los que pedir prestado, muchos países del continente se vieron obligados a ir a la ventanilla del Fondo Monetario Internacional.

La receta del FMI fue recomendar la reducción de la inversión pública, la privatización de empresas estatales y la búsqueda de ventajas comparativas que, en la mayoría de las ocasiones, reorientaron a las economías africanas hacia la exportación de materias primas sin procesar. La propuesta del FMI era gastar menos e ingresar más, con el objetivo de conseguir el ahorro que permitiera simultáneamente pagar la deuda y reinvertir en la economía local.

Entre el año 2000 y 2025 África ha vivido una trayectoria similar a la que acabó en crisis en los 80. Con un modelo aparentemente nuevo ha vuelto al punto de partida siguiendo de forma casi idéntica los mismos pasos: la subida de precios de las materias primas gracias a la demanda china, el crecimiento económico, el aumento de los préstamos -occidentales y chinos- hacia el continente a partir del 2008, el descenso gradual de precios de esas materias primas, los shocks externos (pandemia de la covid 19) y el retorno de las palabras deuda, devaluación y privatización a la primera línea política.  La retirada de USAID, la agencia de ayuda estadounidense, junto a los aranceles, constituyen las dos patas del próximo gran shock. Si hay menos comercio global, hay menos necesidad de materias primas y estas pierden valor. Con la salida de la ayuda internacional, los débiles sistemas sanitarios de algunos países quedarán expuestos. Por ello, algunos intelectuales africanos ven este momento como una oportunidad para reiniciar su relación, no solamente con Estados Unidos, sino con el resto del mundo, tal y como expresó la escritora ugandesa Marjorie Namara Rugunda en un artículo reciente:

“El desarrollo, antaño un proyecto político de liberación y redistribución, se convirtió en una tarea de gestión subcontratada a organizaciones financiadas desde el extranjero.

A medida que la ayuda retrocede, la cuestión urgente no es cómo sustituirla, sino cómo ir más allá. La soberanía no puede significar cambiar a los donantes occidentales por inversores privados o nuevos mecenas geopolíticos. Debe significar reconstruir las instituciones públicas (…) Pero esa visión no se materializará automáticamente. Requerirá una lucha política dentro de los Estados africanos, en la sociedad civil y en los foros mundiales. Si la ayuda contribuyó a despolitizar el desarrollo, superarla significa volver a politizarlo.”

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