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Kédougou, la fortuna olvidada de Senegal

Kédougou, la fortuna olvidada de Senegal
Para los jóvenes de Dandé, llegar hasta la universidad es una heroicidad. © Jaume Portell Cano
Para los jóvenes de Dandé, llegar hasta la universidad es una heroicidad. © Jaume Portell Cano
Jaume Portell Cano

Jaume Portell

Periodista

La imagen es casi un resumen. Tras su liberación de la cárcel, el candidato Bassirou Diomaye Faye se encuentra en un coche saludando a los seguidores de su partido en Ziguinchor, al suroeste de Senegal. Él es el candidato accidental a la presidencia, y si consigue los votos suficientes este domingo se convertirá en el quinto presidente de la República de Senegal. Pudo serlo gracias a que estaba en la cárcel a la espera de juicio, a diferencia del hombre que le avaló, Ousmane Sonko, que cumplía condena. Miles de personas aplauden a Faye, vestido de blanco, y el coche prácticamente no avanza. Faye mira entonces hacia abajo y hace una señal; el ruido del vídeo es ensordecedor y el eclipse es total: Ousmane Sonko, de verde, sale a saludar a su pueblo, del que es alcalde desde 2022, pero donde ha tenido dificultades para ejercer. Ha estado entrando y saliendo de los tribunales, y ha cumplido una pena de cárcel que acabó prematuramente con una ley de amnistía el pasado 15 de marzo. Ahora, su reaparición ha impulsado la última semana electoral en el campo opositor, que empieza a soñar con una victoria.

Los seguidores se entregan a Sonko, que no será presidente, pero que espera gobernar a través de Faye. Los carteles de la oposición lo dejan claro: votar a Faye es como votar a Sonko, ambos son intercambiables. Ambos estudiaron en la escuela nacional de administración, ambos trabajaban en hacienda, ambos estuvieron en la formación del Pastef, el partido político que propone un cambio en el país a través del “patriotismo, la ética y el trabajo”. Diomaye es Sonko, pero no queda tan claro que Sonko sea Diomaye: la pasión que despierta Sonko cuando sale a hablar, en comparación con la timidez del candidato, ponen en duda un eslogan que, en caso de llegar al poder, se pondrá a prueba con más intensidad.

Entre la amenaza y la esperanza

“Este era un país muy tranquilo, y los disturbios empezaron por su culpa. Los muertos son por su culpa”. Kadidiatou Diallo, que supera los 60 años, vive en Dandé, un pueblo en la región de Kédougou, la más pobre del país. Diallo no comparte de ninguna manera el entusiasmo por Ousmane Sonko, y le culpa por la inestabilidad que ha habido desde 2021, cuando las protestas por su detención acabaron con disturbios en las calles de Dakar y otras zonas urbanas. Dandé está aislado, y para llegar hasta allí hay que subir por una montaña cada vez más escarpada bajo un sol abrasador. Los alumnos del instituto de Dindéfélo deben subir y bajar la montaña cada día para ir a la escuela. La prensa senegalesa hablaba de los peligros de esta ‘montaña pedregosa de 600 metros’ en 2009, y desde entonces nada ha cambiado. Un cartel de Benno Bokk Yakaar (Unidos por la Esperanza, en wolof) se encuentra en la puerta de la casa, y en el interior hay más carteles del partido gobernante, junto a algunas camisetas que les regalaron. Diallo no tiene acceso a Internet, donde se encuentran los mensajes más críticos con el gobierno, y sigue cada día la programación de los canales públicos de televisión y radio del estado. Pese a los intentos de Younoussa Diallo, un estudiante universitario que espera la reapertura de la Universidad Cheikh Anta Diop, Kadidiatou no se mueve: ella votará a Amadou Ba, el candidato continuista elegido por el actual presidente, Macky Sall.

Para los jóvenes de Dandé, llegar hasta la universidad es una heroicidad. Las escuelas en los pueblos apenas cuentan con recursos, y en la cercana Dindéfélo los maestros protestan por la falta de apoyo del Estado. De vez en cuando se unen a huelgas. Una bandera de Senegal y el pago de los salarios son prácticamente la única marca de la existencia del Estado, y la cooperación alemana a través de un proyecto de hermanamiento con Dindéfélo contribuye a sufragar los gastos del día a día. Los chicos, en cuanto tienen problemas para pagar las tasas, suelen abandonar el instituto para ir a trabajar y aportar ingresos a su familia: acaban trabajando de mecánicos o sastres en Kédougou, la capital regional. Las chicas lo dejan en cuanto se casan. Pocos llegan hasta la universidad, como Younoussa, cuyo esfuerzo aún no se ha visto recompensado: la Cheikh Anta Diop sigue cerrada, y ya ha perdido meses de su primer curso. Tanto él como sus amigos del pueblo están entusiasmados con Sonko, y explican el apoyo de sus familiares más mayores a partir de una mezcla de corrupción y necesidad: “Muchos venden su voto a cambio de 50 000 francos, un saco de arroz, aceite. Alguna gente ve las elecciones como una oportunidad más de conseguir algo a corto plazo. No piensan en las implicaciones o en la importancia de su voto.”, dice Younoussa.

En Kédougou, las minas de oro han generado una esquizofrenia colectiva. Los jóvenes las odian por lo que representan: el 90% de los ingresos de la mina de Sabodala pertenecen a una empresa británica, Endeavour Mining, y los jóvenes sienten que viven en una tierra dominada por intereses ajenos a los suyos. A la vez, muchos querrían trabajar en ella, tener un sueldo fijo. Un joven que vende niebe cada mañana, el desayuno hecho con pan y frijoles, presume de que su tío trabaja en la mina y gana 1500 euros al mes. Otros, con formación específica en geología, pueden ganar hasta 3000 euros; la inmensa mayoría, pero, apenas supera los 300 euros al mes. Y, con todo, eso es mejor que la mayoría de los empleos que hay en Kédougou, mayoritariamente en la economía informal. Younoussa se ríe del sobrenombre de Kédougou, ‘la terres des homes’ (la tierra de los hombres), y dice que en realidad se trata de ‘la terre des pauvres’ (la tierra de los pobres). Con apenas un 1% de los electores totales, Kédougou ve como su oro se ha convertido en la segunda gran exportación de un país que apenas recuerda su existencia: en las 84 páginas del programa electoral del Pastef, el partido al que muchos jóvenes han fiado sus esperanzas, Kédougou no sale mencionado ni una sola vez.

Artículo del periodista Jaume Portell Cano.

Un comentario

  1. Bravo, una entrevista muy interesante, muchas gracias por tu sinceridad y por reportar lo que nunca se habla en los periódicos de Senegal, yo soy de Dindefelo, todo lo que cuenta este joven respecto al sufrimiento que tienen que pasar para estudiar es más que la verdad. una región totalmente abandonada, sin agua potable sin electricidad, sin hospitales y una situación totalmente depolorable, han convertido kedougou en un desierto, una zona que debería tener una protección internacional por la calidad de medio ambiente que tiene, los especies que viven allí pero nada.
    pero decía mi Tía una injusticia hecha a uno sólo es una amenaza para todos.
    Seny Kebe. Hijo de Dindefelo

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