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La selección más fuerte en una liga débil: la paradoja del fútbol senegalés

La selección más fuerte en una liga débil: la paradoja del fútbol senegalés
Foto de Rhett Lewis en Unsplash
Foto de Rhett Lewis en Unsplash
Jaume Portell Cano

Jaume Portell

Periodista

Una noche de julio, en Nápoles, la profecía de Pelé parecía cerca de cumplirse. El legendario futbolista brasileño, considerado uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol, dijo a finales de los 70 que tarde o temprano un equipo africano ganaría el Mundial. Cuando lo hizo, muchos le tomaron por loco: Zaire acababa de disputar su primer Mundial en 1974 y había perdido todos los partidos, incluida una goleada por 9-0 contra Yugoslavia. Sin embargo, ese 1 de julio de 1990, un equipo africano había estado a pocos minutos de eliminar a Inglaterra y pasar a semifinales. Liderados espiritualmente por el veterano Roger Milla, los cameruneses ganaban 1-2 a pocos minutos del final. Tuvieron una oportunidad clarísima para hacer el 1-3, pero un penalti transformado por Lineker en el 83 mandó el partido a la prórroga. Lineker, a través de otro penalti, puso el 3-2 definitivo. Era la primera vez que un equipo africano lograba llegar a cuartos de final, y había estado cerca de mejorar aún más su registro. Un equipo semidesconocido -6 jugadores del equipo titular jugaban en Camerún- había puesto al fútbol africano en el mapa.

Flash forward hacia una calurosa noche de diciembre de 2022 en al-Khor, Qatar. Tras media hora de peligro senegalés, Inglaterra sorprende a Senegal a la contra. Si los Leones de la Teranga han fallado dos oportunidades claras, los ingleses no serán tan clementes. Su primer tiro a puerta, tras una jugada rápida por la banda izquierda, pone el 1-0 en el marcador. Al filo del descanso, los ingleses marcan el 2-0 con su segunda oportunidad clara. Senegal sigue noqueado al inicio de la segunda parte, y encaja el tercero en el 56. Inglaterra no sufre en ningún momento y domina a placer, reservando a algunos de sus jugadores para los cuartos de final. Senegal, que se había sobrepuesto a la baja de su estrella Mané para pasar la fase de grupos, se enfrenta a sus limitaciones. Su mejor jugador, Ismaila Sarr, juega en el Watford de la segunda división inglesa. Ningún jugador senegalés juega en Senegal o en algún equipo del continente africano. Y la profecía de Pelé sigue sin cumplirse: pese a las promesas del Mundial de 1990, solamente tres equipos africanos han llegado a cuartos de final de un Mundial desde entonces: Senegal en 2002, Ghana en 2010 y Marruecos en 2022. Ningún equipo africano ha llegado nunca más allá de esa ronda.

El pacto faustiano del fútbol senegalés

Senegal es el vigente campeón de África. Ganó el torneo continental en 2022 y estuvo a punto de hacerlo en el verano de 2019. Si nadie lo impide, es posible que llegue lejos o gane alguna Copa de África más en los próximos años. Después de todo, tiene a la que es, seguramente, la mejor generación de futbolistas de su historia. Prácticamente en cada línea del campo tienen a un jugador que está en un club de primer nivel europeo: el portero Mendy y el central Koulibaly juegan en el Chelsea; Gana Gueye, tras unos años en el PSG francés, ahora se encuentra en un club mediano, el Everton inglés; Sadio Mané, tras triunfar en el Liverpool, es la punta de lanza del Bayern de Munich alemán. La presencia de sus jugadores en Europa les asegura el dominio continental, donde deben enfrentarse a selecciones mucho más débiles -precisamente por la falta de jugadores en Europa. A medida que pasan los años, el éxito va ligado al número de jugadores que cada selección tenga en las principales ligas europeas. Y pocos equipos tienen más jugadores que Senegal, Marruecos, Nigeria, Camerún o Ghana. Senegal ha renunciado a tener una liga de fútbol local fuerte a cambio de exportar a sus mejores jugadores a Europa. Es un pacto que le funciona en África, pero que muestra sus límites en el Mundial.

Más allá del talento puro, sin planificación deportiva e infraestructuras es imposible competir a nivel global. Y para conseguirlo se deben invertir recursos -capital- de los que los países más pobres no disponen. Al menos, no en la cantidad necesaria para competir con los países más ricos. Con las ligas locales destruidas, los clubes de países como Senegal se enfocan cada vez más en ser canteras de los clubes franceses. De ahí salen los mejores jugadores como Sadio Mané, Ismaila Sarr (Generation Foot, asociado al Metz) o Idrissa Gana Gueye (Diambars, asociado al Marseille). Esos clubes raramente pueden juntar equipos potentes que compitan en la Champions League africana, en la que apenas llegan a disputar las primeras fases.

Sus pocos ingresos sirven, básicamente, para reproducir el esquema demandado por los clubes de la metrópolis. Los clubes senegaleses necesitan vender desesperadamente, y en algunos casos los franceses tienen derecho de tanteo para llevarse a prueba, cada año, a los tres mejores jugadores de cada equipo. En caso de encontrar a jugadores que les interesen, los fichan por cifras que nunca llegan al millón de euros. Luego, si tienen éxito en Francia, los pueden vender y multiplicar la inversión inicial, y reservarse el derecho a un porcentaje de la futura venta del jugador. Es ahí donde, gracias a la compra de la “materia prima” en origen, una vez manufacturada, se multiplican los beneficios. Es un esquema típicamente colonial.

Las diferencias de infraestructuras entre Europa y África son tan grandes que, cada vez más, las selecciones africanas completan sus plantillas con jugadores criados en Europa. En Senegal, seis de los titulares ante los Países Bajos habían nacido en Francia. Es, de nuevo, reconocer y reforzar una inferioridad desde la base: muchos de estos jugadores eligen a Senegal cuando, a los 25 o 26 años, aceptan que nunca serán convocados para jugar en la selección absoluta de Francia. Son, de alguna manera, los descartes de Francia. Senegal no tiene un sector privado suficientemente fuerte para apoyar a clubes que, con un esquema propio, apoyen el desarrollo de sus propios futbolistas. Algunos de los clubes de primera ni siquiera les pueden pagar regularmente sus salarios, que en muchas ocasiones no llegan a los 300 euros mensuales. Por eso la federación senegalesa se ha resignado a que sus clubes sean un apéndice francés o, directamente, llamar a chicos franceses preguntándoles si quieren jugar para el país que vio nacer a sus padres.

El fútbol nos enseña la economía

El esquema de muchas selecciones africanas es parecido al de sus economías. Decenas de países, centrados en vender materias sin procesar al exterior, pierden la oportunidad de crear una economía funcional a nivel interno. Sacrifican ese plan para conseguir beneficios que, a corto plazo, parecen reales. En lugar de dedicarse a cultivar comida para sus poblaciones, esperan ganar dinero vendiendo cacahuetes (o petróleo, o gas, o cacao, o oro) para conseguir dólares con los que importar la comida desde fuera. A nivel de creación de empleo, con un estado en retirada, su máxima esperanza es esperar que el capital extranjero, después de enriquecerse manufacturando lo que ellos les vendieron, vuelva para invertir algo – y repita el proceso. Y rezar para que no caiga nunca el precio de los cacahuetes.

Los recortes en sanidad, educación e inversión pública debían conseguir, según los planes del FMI en los 80, el florecimiento del sector privado. Lo que acabó sucediendo realmente fue que el empobrecimiento generalizado hizo imposibles muchos negocios por falta de clientes. Después de todo, ¿quién desearía montar una tienda de zapatos en un pueblo donde todos los habitantes están arruinados? El crecimiento macroeconómico, aupado por las subidas de las materias primas, da lugar a titulares como los de mediados de los 2000, cuando la prensa anglosajona hablaba del “Africa rising”, una África en crecimiento con una clase media en auge, conectada a Internet y dispuesta a emprender un nuevo rumbo. Cuando los países africanos caen de nuevo, se pasa con la misma facilidad al discurso anterior, plagado de tópicos racistas: esa África arruinada por la corrupción, las guerras y la estupidez, incapaz de salvarse pese a los buenos consejos de los europeos.

No hay ninguna salida fácil ni rápida, ni para el fútbol ni para la economía, pero en ambos casos es posible que la fuente de inspiración venga desde Asia. Japón y Corea del Sur, con sectores privados fuertes, llevan años potenciando sus ligas locales, en las que los clubes están estrechamente ligados a las empresas. Por poner solamente dos ejemplos: el Urawa Red Diamonds japonés cuenta con el apoyo de Mitsubishi; el Pohang Steelers surcoreano, con el del gigante del acero POSCO. Ambos países cuentan con los equipos que han conseguido más títulos de la Champions League asiática. Cada vez tienen a más jugadores en clubes europeos, pero raramente necesitan venderlos para sobrevivir. Sus jugadores tienen un buen nivel de vida aunque nunca vayan a jugar a Europa, y el nivel de su fútbol local es decente gracias a las infraestructuras de primer nivel de las que disponen – y a miles de aficionados dispuestos a pagar para ver sus partidos en los estadios.

Corea del Sur juega regularmente los Mundiales, y en anteriores torneos ha llegado a derrotar a gigantes como Alemania. Aunque ha tenido un papel más bien discreto en Qatar, desde 1986 ha jugado nueve fases finales, y en 2002 llegó a semifinales. En Qatar, Japón cayó en octavos en la tanda de penaltis ante Croacia, pero en la fase de grupos sorprendió a Alemania y a España. En 1990, cada vez más gente consideraba a África como el tercer continente por detrás de Europa y América del Sur -con Brasil y Argentina a la cabeza-; tres décadas después, los tigres asiáticos piden paso también en el mundo del fútbol.

La principal advertencia para Senegal se encuentra en Costa de Marfil, el caso más paradigmático de la dependencia exterior sin una estructura futbolística funcional. Sin una estructura no hay regularidad posible: tras su generación dorada con Didier Drogba, Kolo Touré y Yaya Touré, Costa de Marfil no ha vuelto a jugar un Mundial desde 2014. Por ello, más allá de las promesas vacuas y repetidas sobre el potencial africano, hay que generar un entorno adecuado que pase por un cambio estructural, un modelo propio. Sin eso, el éxito no llegará nunca. Y ahora ya no sé si estoy hablando de economía o de fútbol. 

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