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Educación y formación en África. Continente de futuro

Educación y formación en África. Continente de futuro
Imagen: StockSnap en Pixabay

Matilde Latorre de Silva Sanz

“La solidaridad no es un sentimiento superficial, es empeñarse en el bien común»

«De todas las regiones, África subsahariana tiene las tasas más altas de exclusión de la educación. Más de una quinta parte de los niños de entre 6 y 11 años no van a la escuela, seguidos de un tercio de los niños de 12 a 14 años. Según datos del ISU (Instituto Estadístico de la UNESCO), casi el 60 % de los jóvenes de entre 15 y 17 años no van a la escuela. Si no se toman medidas urgentes, la situación sin duda empeorará a medida que la región se enfrenta a una creciente demanda de educación debido al aumento constante de su población en edad escolar”. UNESCO 2019

El atraso en la educación es una característica bien marcada de la realidad africana, y seguramente causa o consecuencia del subdesarrollo de la región. Sin embargo, ha tenido lugar un aumento en la tasa de educación en las últimas décadas, pues, en el momento de la independencia, el atraso era bastante notable. Hoy, las estadísticas del Banco Mundial, así como las de la UNESCO, demuestran un progreso creciente en años de escolaridad (años de enseñanza) y una consecuencia de ello han sido las mayores tasas de alfabetización. Así lo afirma Carlos Sebastián en ‘Subdesarrollo y esperanza en África’ (Galaxia Gutenberg).

Dicho esto, todavía hay países africanos con importantes carencias educativas y, como consecuencia, con el correspondiente analfabetismo. La tasa neta de escolarización primaria ha crecido globalmente en África unos 12 puntos durante el decenio 2000 para llegar a un 75 % en 2015. La tasa de escolarización segundaria creció unos 10 puntos para llegar a un 35 %. Los efectivos escolares han aumentado un volumen del 31 % y África dedica un 5 % de su PIB y un 20 % de su presupuesto a educación, pero, a pesar de estos progresos cuantitativos, más de 40 millones de niños africanos siguen sin escolarización con importantes descartes entre niños y niñas (9 %).

Si se compara la realidad educativa africana con la del resto de continentes y subcontinentes, los países del África negra están en la cola, lo cual es determinante. La falta de capital humano cualificado, en un mundo tecnificado y exigente en conocimientos como el de hoy, es garantía de fracaso. Ese mencionado analfabetismo repercute muy negativamente en la disponibilidad de capital humano preparado para desarrollar una actividad económica que no sea de supervivencia.

Todos estos factores afectan a la mayoría de la población infantil, con las consiguientes consecuencias futuras que ello tiene en la juventud africana, pues, no lo olvidemos, África es un continente joven. Una tercera parte de la población mundial tiene menos de 20 años. Algunos países tienen más gente joven que otros. En alrededor de 40 países africanos, cerca del 40 % de la población tiene menos de 20 de años. En contraste, en 30 de los países más ricos, menos del 20 % de la población tiene menos de 20 años.

«África debe dejar de ser un museo de la pobreza. Su gente está decidida a invertir esta tendencia. El futuro de los jóvenes africanos no está en Europa, su destino no es perecer en el Mediterráneo», dijo Akinwumi Adesina, presidente del Banco Africano de Desarrollo, a los periodistas en las 53ª Reuniones Anuales de celebrada en Busan, Corea del Sur.

El 60 % de los africanos son menores de 24 años. Para 2050, el 35 % de los jóvenes del mundo serán africanos, frente al 15 % en 2000. Esta especificidad es un hecho esencial del futuro de este continente, que es el más joven del mundo. Esto, en principio, podría ser una ventana de oportunidad demográfica -tal como nos transmite Serge Michailof, uno de los directores del Banco Mundial y director de operaciones de la AFD francesa, en su libro ‘Africanistán’-, para un crecimiento de la población activa potencial (con edades de 15 a 64 años), pero para poder beneficiarse de ese dividendo demográfico hace falta que los jóvenes que llegan, y llegarán, en masa sobre el mercado del empleo puedan efectivamente encontrar un empleo decente y formal con una mayor productividad que la actual.

Si esa fuerza demográfica joven no logra incorporarse al mercado laboral, nos encontraremos con una enorme masa de subempleados sin esperanzas tanto en el campo como en la ciudad. Una importante fracción de los jóvenes urbanos africanos está constituida por los que comúnmente se llaman ‘ni-ni-ni’: ni empleo, ni en búsqueda de empleo, ni en formación. Y ya se sabe a lo que conduce esta situación: revueltas sociales y nuevas primaveras – en este caso, africanas-. Como recordatorio, los jóvenes ya conforman el 60 % de la población desempleada de África.

Por ejemplo, la tierra y los jóvenes son dos recursos muy abundantes. El 60 % de las tierras cultivables no aprovechadas están en África y, sin embargo, muchos países africanos tienen que importar alimentos básicos. Además, los jóvenes no piensan que la agricultura sea una opción de vida atractiva. Como consecuencia, la edad media del agricultor keniano es de 63 años, y la del sudafricano, de 62.

La formación técnica y profesional en el sector agrario podría dar empleo a millones de jóvenes africanos, garantizar que se queden en las zonas rurales, en vez de ir a vivir a unas ciudades ya superpobladas, y, sobre todo, garantizar la seguridad alimentaria. Pero los jóvenes africanos, en su mayoría, están interesados en ser empresarios o trabajar en el sector servicios, como la banca y las telecomunicaciones.

Aunque la política en África sigue, en gran parte, dominada por la vieja guardia, lo que es innegable es que el continente ha emprendido un proceso de transición de los líderes. En este recorrido, cada país tendrá que marcar su propio ritmo. Y será necesario empujar a los jóvenes a asumir posiciones de líderes que les permitan crear empleo, dirigir instituciones y diseñar, implantar y gestionar políticas.

Para que el proceso de transición tenga éxito, los jóvenes africanos tendrán que ser una parte integral de él. La historia precolonial de África muestra que, en el pasado, el continente tuvo unos líderes importantes. El reino de Mali, el de Ghana y las civilizaciones etíope y nubia tuvieron gran influencia. Ahora, los jóvenes pueden conducir África hacia una prosperidad para todos en el siglo XXI.

África sigue en tránsito. Un continente que fue dirigido por las potencias colonizadoras se encuentra desde hace más de una década con la posibilidad real de dirigir su propio destino. Sus potenciales son enormes. África debe creer en sí misma y deberán ser los propios africanos quienes lideren su crecimiento, quienes gestionen su demografía creciente y quienes pongan las bases necesarias para superar los enormes desafíos que tienen por delante.

Desafíos como superar el vacío de infraestructuras en sectores tan necesarios como la energía y el transporte; adentrarse en una agricultura transformada tecnológicamente, dado que es el sector que más mano de obra produce (África se gasta unos 35 billones anuales de dólares importando alimentos, muchos de los cuales pueden producirse en el propio continente. De hecho, hay países como Etiopía y Ruanda que lo están consiguiendo) o invertir en educación y formación de nuevos líderes africanos, etc. Para todo ello, es preciso una clara voluntad política de sus gobernantes y una visión inteligente y práctica de futuro para poder, al menos, tratar con visos de éxito un mejor desarrollo macroeconómico y social del continente.

La dificultad siempre de predecir, y más aun tratándose del continente africano que, en el fondo, es un continente expuesto a muchos otros factores externos como el clima, los posibles conflictos étnicos, las pandemias, la pobreza y malnutrición de sus habitantes, la dependencia de los mercados exteriores.

En primer lugar, África debe crecer sobre una base durable y solidaria aumentando la productividad en todos los sectores de la economía y creando empleos de calidad. Para ello, debe indudablemente transformar su economía y son los propios africanos los que tienen que decidir por sí mismos y no seguir dependiendo de la demanda de otros mercados maduros o emergentes para seguir creciendo. Deben participar mucho más en las cadenas globales de valor. Solo el 3 % del volumen mundial de exportaciones proviene de África y el 50 % de las exportaciones africanas se procesa fuera del continente, por lo tanto, dejan de percibir ese valor añadido suplementario (exportación de materias primas no transformadas).

Se sabe que un porcentaje de las cifras de exportación mundiales de bienes y servicios es aportado por terceros países para luego ser exportados y que por lo tanto son objeto de un doble cómputo en el comercio mundial. África se empobrece en términos absolutos en este sentido, y la tendencia debe cambiar a un mayor procesamiento de las exportaciones dentro de sus respectivos países.

Una cadena de valor significa en definitiva una sucesión de varias etapas en las que una compañía ofrece un producto o un servicio desde su concepción hasta su entrega final al consumidor. Las cadenas globales de valor ofrecen nuevas oportunidades para la transformación estructural de África. Así pues, África debe dejar progresivamente de constituirse como una fuente de materias primas para muchas cadenas globales de valor y crear sus propias marcas ‘made in África’.

En segundo lugar, industrializarse, pues la industria es motor de crecimiento y África dispone de una mano de obra joven y abundante; de recursos naturales también abundantes, y, finalmente, de una oferta dirigida a mercados emergentes y maduros como son los asiáticos y los europeos principalmente. El futuro industrial de África dependerá de una progresiva transformación de sus materias primas locales, así como de una industria de base exportable al resto del mundo.

En tercer lugar, afrontar la importante carencia de infraestructuras. Transporte y electricidad son dos auténticas losas sobre buena parte del territorio africano. La comunicación entre poblados, lugares de producción de las mercancías y centros de venta y consumo debe mejorar, pues el desarrollo de estos tendría un impacto muy positivo sobre las economías de estos países.  

En cuarto lugar, mejorar la calidad y transparencia de las instituciones públicas dotando a la administración de una mayor eficacia. Aunque hay una mejora en la calidad de gobernanza de algunos países, todavía existe un alto índice de corrupción. Hay países como Botsuana, Mauricio, Namibia, Ghana, Ruanda y Etiopía que tienen una mejor puntuación y no están necesariamente dotados de recursos naturales. Otros como Nigeria y Angola, bendecidos por los recursos, tienen sin embargo una calidad de gobernanza insuficiente.

En quinto y último lugar, no debe olvidarse la formación de base, pues África, continente de futuro, no puede descuidar este aspecto, precisamente, con una población esencialmente joven. África es joven, es futuro, apoyemos a África.

Artículo de Matilde Latorre de Silva.

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