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A todos los que amaron a Antonio Lozano

A todos los que amaron a Antonio Lozano
Antonio Lozano en el lugar que él eligió, Agüimes, y que nos permitió conocerle de cerca.
Antonio Lozano en el lugar que él eligió, Agüimes, y que nos permitió conocerle de cerca.
Antonio Lozano en el lugar que él eligió, Agüimes, y que nos permitió conocerle de cerca.
Antonio Lozano en el lugar que él eligió, Agüimes, y que nos permitió conocerle de cerca.

Hoy se ha cumplido un año. Un año desde que nos dejaste, sin abandonarnos. Tu impronta ha sido tan fuerte que tu recuerdo sigue acompañándonos. Siempre estarás en todos nosotros, tu familia, tus lectores, tus amigos. He regalado a algunos de los míos El desfile de los malditos. Lo leí con la tristeza de no poder comentarlo contigo. Con la alegría de sentir entre las líneas tu presencia generosa, solidaria, bondadosa. Te imaginé investigando sobre ese vil negocio del tráfico de órganos. Te imaginé escribiendo temprano de mañana en tu querida Agüimes, sobre las injusticias que te indignan, una vez más, y te estimulan a denunciarlas, para luego compartirlas con nosotros, convertidas en ficción.

Como ocurrió con el resto de tus obras, que cambiaron mi visión de África, de la inmigración, del colonialismo, de la prostitución, de la corrupción de los políticos, del teatro, de la novela negra o incluso de nuestro Tánger, tu última obra me generó empatía, más que nunca, con los sin techo. Te cuento, ahora, yo.

En la esquina de mi calle, cerró hace unos meses la sucursal del banco donde tengo mi cuenta. Me fastidió porque ahora debo desplazarme más lejos si no quiero pagar una comisión en los cajeros de la competencia. Pero ¿sabes qué? En los recovecos de la fachada, como hay arcos, por las noches se refugia una pareja de vagabundos. Lo dejan todo perdido de cartones y foeles (como decía mi abuela). Pero están calentitos allí, y muchas veces los ves incluso de tertulia, bien entrada la mañana. Y pienso en Ildefonso Artiles, tu personaje, y en las dolorosas historias que los habrán conducido, a ellos también, a vivir en la calle. Ya no cruzo a la otra acera para evitar esa visión sórdida y desoladora, y el olor a vino barato. No cruzo a la otra acera, por ti, Antonio, por esa grandeza que nos enseñaste de acercarnos al otro, de intentar comprenderlo. Mi gesto es inútil, insignificante, no me cuesta, nadie se entera, no les aporto nada a ellos, los malditos de la Tierra, pero es un homenaje a tu memoria.

Estoy tan convencida de que la literatura puede influir en la vida. Tú lo conseguiste.

Gracias, jai, hermano. No te olvidaremos.

Malika Embarek López es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Mohamed V de Rabat, especializada en la traducción de autores magrebíes. En 2015 obtuvo el Premio Internacional de Traducción Gerardo de Cremona y en 2017, el Premio Nacional a la Obra de un Traductor.

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