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Lenguas y culturas en extinción (I)

Lenguas y culturas en extinción (I)
Baile jacqueville. Imagen: Ángeles Jurado Quintana
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Donato Ndongo

Su Antología de la literatura guineana (1984) es considerada como la obra fundacional de la literatura guineana escrita en español.

Las tradiciones orales son un elemento importante de la identidad de los individuos y su comunidad; con su desaparición no solo perdemos la lengua en sí, sino también parte de nuestra historia.

Como es sabido, la lengua es el medio de comunicación por excelencia. Pero no es solo eso: permite entendernos y comunicar nuestros deseos y anhelos, ideas y sentimientos recíprocos, pero también encierra y determina la cultura de un pueblo: su cosmovisión, los fundamentos de su existencia, su historia, su filosofía, los sueños y experiencias acumulados por sus hablantes durante milenios concentrados en narraciones, refranes, dichos y cuentos populares que contienen enorme riqueza expresiva y conceptual. Destacan los especialistas lo obvio: las lenguas nativas descifran mejor determinados fenómenos y secretos de la Naturaleza al convivir sus usuarios con la fauna, flora y demás elementos circundantes, cuyo discurso refleja su observación empírica, aportando conocimientos esenciales de orden práctico, por ejemplo, en la medicina o en la agricultura. La diversidad lingüística es, por consiguiente, tan necesaria como la biodiversidad; razón de que la desaparición de una lengua equivalga a borrar de la faz de la Tierra una cultura exclusiva, irrepetible. Superados complejos y prejuicios, es evidente la falacia sobre supuestas «lenguas primitivas»: toda habla tiene reglas morfológicas, prosódicas y léxicas complejas y únicas, que sus hablantes conocen y comprenden de modo natural. Conceptos y particularidades a tener en cuenta, ya que las lenguas más amenazadas son las más útiles para comprender la asombrosa amplitud y variedad de percepciones de la experiencia humana. Que el 90 % de las lenguas africanas sean ágrafas no las hace «incultas», por esa clara correlación entre diversidad lingüística y biodiversidad; al estar estrechamente imbricados con su entorno, del cual obtienen cuanto es necesario para vivir, los moradores de una comarca poseen un conocimiento exhaustivo de su hábitat, por lo cual su habla contiene saberes exclusivos, y su desaparición conlleva la pérdida definitiva de tales conocimientos. Las lenguas no escritas son también ricas en tradiciones orales: historias, canciones, poesía y rituales se transmiten de una generación a otra y se mantienen notablemente coherentes y fiables en el tiempo. En su conferencia «Oral Literature and Human Rights: Pedagogical and Curriculum questions», publicada en Bélgica por el ICCR’s Human Rights Journal en 2009, sostiene el profesor Mumia Geofrey Osaaji, catedrático de Literatura en la Universidad de Nairobi, que «las tradiciones orales son un elemento importante de la identidad de los individuos y su comunidad; con su desaparición no solo perdemos la lengua en sí, sino también parte de nuestra historia».

Hoy, no son solo los africanos dispersos en la diáspora quienes pierden sus lenguas nativas. También sus descendientes. En ausencia de datos contrastados, la mera observación permite afirmar que el emigrante, acuciado por la necesidad de «integrarse» por razones prácticas -laborales, sociales, educativas y políticas-, está obligado a expresarse en la lengua mayoritaria en su lugar de residencia, y es raro que sus hijos conozcan el idioma materno de sus padres. Se observa el mismo fenómeno en el propio continente: en Abiyán y Libreville, en Malabo, Accra, Nairobi o Maputo, funcionarios, jóvenes y población urbanizada priorizan el idioma oficial (francés, español, inglés o portugués) sobre las lenguas nativas en sus relaciones sociales, lo cual lleva a estudiosos y observadores a concluir que siguen vigentes en la mentalidad de muchos africanos los estereotipos inoculados por el colonialismo.

Son muchas y variadas las causas que provocan este genocidio cultural. En resumen, apresurado, se pueden atribuir a la dominación colonial, que exaltó las lenguas europeas como «lenguas cultas» e impuso su uso obligatorio en la Administración, comunicación social y sistema educativo, mientras proscribía y silenciaba las autóctonas, consideradas «dialectos groseros», según puede verse en diversos estudios y manuales de la época. Salvo contadísimas excepciones, la política lingüística de los nuevos Estados independientes consagró, extendió y profundizó la implantación de las lenguas del colonizador, concebidas como «lenguas vehiculares», pilares esenciales en la articulación de la unidad nacional y herramienta primordial en su incorporación al concierto internacional. Así se convirtieron, de modo natural, automático y hasta lógico, en imprescindibles en la enseñanza reglada oficial, en detrimento de las autóctonas, tradicionalmente ágrafas. Si en algún país, como Guinea Ecuatorial bajo la férula del presidente Francisco Macías, se prohibió el idioma oficial heredado de la colonización, considerado «lengua imperialista», debe subrayarse que aquel gesto demagógico no fue acompañado por la promoción de las lenguas nativas, y solo de forma subliminal se intentó imponer el fang –la única conocida por los jerarcas de aquel régimen- como lengua nacional. La prueba es que no hubo ni una sola ley o norma que avalase tal designio, ni escuelas donde se impartiese de forma sistematizada y obligada. Limitaron su africanización a la reimplantación irreflexiva y visceral de algún vestigio folclórico de las culturas ancestrales, cuyo resultado fue una absoluta desculturización, la vuelta a un primitivismo que ni supo explicar los fundamentos de la supuesta «autenticidad» que proclamaron de modo retórico. Abolieron las aportaciones foráneas por la nada, al no saber ni poder sustituirlas por conocimientos y prácticas autóctonos eficaces, esparciendo así la ignorancia y el oscurantismo generalizados, cuyas rémoras sigue padeciendo la sociedad guineoecuatoriana. Tras su evicción, las migraciones producidas desde las zonas rurales concentran en los arrabales de los núcleos urbanos (Bata y Malabo) importantes segmentos de población, lo cual agrava el desarraigo y acelera la decadencia de las lenguas nativas, ante la ausencia de planes de fomento de las culturas, la deficiente infraestructura escolar y la pobreza del currículo, basado, además, en una deficiente educación monolingüe en español.

Corolario de tales fenómenos es la paulatina desaparición de las lenguas autóctonas y, con ellas, de las culturas específicamente africanas, si bien es necesario precisar que otras comunidades del planeta padecen idéntica situación: según diversas fuentes, cada mes mueren dos culturas en el mundo, y más de 200 idiomas desaparecieron en las tres últimas generaciones, desde 1950. Según el Atlas Lenguas Mundiales en Peligro, que publica laUNESCO desde 1996, casi la mitad de las cerca de 7000 lenguas hoy vivas habrán enmudecido a finales del presente siglo; algunas estadísticas elevan el pronóstico a las tres cuartas partes, y ciertos expertos sostienen que el 90 % de las lenguas habladas en el mundo están en riesgo de extinción. Tampoco es un problema exclusivo de las zonas periféricas, sino sucede también en regiones de Rusia, India, México y algunos Estados norteamericanos. El 78 % de los 7700 millones de seres humanos que pueblan la Tierra se expresa en 85 idiomas, mientras 3500 lenguas solo tienen 8,25 millones de hablantes. En era de globalización y homogeneización, mandarín, inglés, español, ruso y árabe dominan comunicaciones y negocios, llegando a cualquier rincón, mientras unos 1907 «dialectos» apenas tienen 10 000 usuarios.

Lingüistas prestigiosos, como Lenore A. Grenoble (Universidad de Chicago) y Lindsay J. Whaley (Dartmouth College, New Hampshire), ya advirtieron en 1998 que, siendo el continente con la mayor concentración de lenguas en el mundo, es también la región con mayor número de idiomas en peligro de extinción: más de la mitad de las aproximadamente 2500 lenguas africanas dejarían de existir a corto y medio plazo; resulta difícil establecer un número exacto, por el secular desacuerdo entre los especialistas sobre cuál es lengua y cuál es dialecto. Al presentar en 2005 el informe Hacia las sociedades del conocimiento, la directora general adjunta de la UNESCO afirmó que las nuevas tecnologías, cuyas indudables ventajas se reconocen, aceleran la «extinción» de ciertos idiomas al favorecer la «homogeneización» en vez de la diversidad. Para Françoise Rivière, las lenguas más amenazadas son las menos difundidas, especialmente las africanas. Emergencia que debe preocupar de modo especial a los africanos. Por su parte, el profesor Herman Batibo, que enseña Lingüística Africana en la Universidad de Gaborone (Botsuana), reveló en su libro Language Decline and Death in Africa, publicado también en 2005, que el 74,8 % de las lenguas del continente se encuentran en moderado o grave peligro de desaparición, y un 9,4 % de ellas ya desaparecieron casi o totalmente, proporción excesivamente alta en relación con el 43 % de lenguas en peligro en el mundo, según la UNESCO.

Primera parte de este artículo redactado por Donato Ndongo-Bidyogo. La segunda parte se publicará el día 7 de diciembre de 2021.

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