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Ómicron, fruto de la insolidaridad

Ómicron, fruto de la insolidaridad
Imagen: Geralt en Pixabay
Director General

José Segura Clavell

Director general

La aparición de nuevas cepas de la covid y los nuevos repuntes de la enfermedad por todo el mundo han resultado en un aislamiento del continente africano que penaliza a un territorio al que se estigmatiza y castiga injustamente

África es el continente menos responsable del calentamiento global y del cambio climático, pero es también al que se le exige ahora una industrialización con condiciones y cuyo desarrollo se limita por algo de lo que somos mayoritariamente responsables en esta parte del mundo. África es un continente enormemente rico en todos los sentidos, bendecido con todos los recursos, pero empobrecido y castigado por las leyes del comercio global y el sistema económico que nos rige. África, además, porta el sambenito de reserva natural de todos los males del planeta y su imagen se vincula a guerra, hambre, migración irregular y desastre en nuestros medios de comunicación y discursos.

La reciente detección de la variante Ómicron de la covid en Sudáfrica y la reacción de Occidente en bloque, queriendo aislar a la mitad sur del continente africano del resto del planeta, me parece la última y triste constatación de nuestra falta de solidaridad, empatía y justicia con un continente al que maltratamos continuamente.

Esta semana leía a la nigeriana Ayoade Alakija, codirectora de la Alianza Africana para la Entrega de Vacunas, que decía que esta nueva cepa es el resultado inevitable de acaparar vacunas por los países ricos y dejar a África fuera. Algo que he denunciado en varios de los artículos semanales que he publicado en los últimos meses. La señora Alakija fue muy rotunda en una reciente entrevista en la BBC y no puedo por menos que coincidir con ella: “Si la covid-19 que apareció en China hubiera aparecido primero en África, no quedan dudas de que el mundo nos habría encerrado y hubiera tirado la llave muy lejos. No habría existido ninguna urgencia en desarrollar vacunas porque hubiéramos sido prescindibles”. Palabras muy duras con las que la experiencia me dice que solamente puedo estar de acuerdo. Igual que coincido plenamente con su apreciación de que lo que nos está sucediendo es el resultado de que el mundo no vacune de manera equitativa, urgente y rápida. Todos a una.

Me alegra constatar que los africanos expresan su indignación ante este doble rasero que tenemos tendencia a aplicarles. El presidente de la potencia que descubrió los primeros casos de la Ómicron, Sudáfrica, señaló esta semana que no se puede castigar a su país por haber hallado la variante gracias a la tecnología disponible. Yo añadiría a lo que expresa el señor Cyril Ramaphosa que no es de recibo matar al mensajero, sobre todo, cuando el mensajero pretende avisarnos y protegernos de buena fe.

Me complace leer que no están solos. El director de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, insiste públicamente en que a Sudáfrica deberíamos darle las gracias y no penalizarla por la detección de Ómicron. También leo que la Asociación de Científicos Españoles en Sudáfrica comparte “la frustración y desesperación por la injusta estigmatización, sin justificación científica, a un país que, a pesar de desarrollar investigaciones de primer nivel en múltiples ámbitos, ha visto sus recursos financieros mermados y a una sociedad extenuada por las trágicas condiciones socioeconómicas provocadas por la crisis de la covid-19″. Son muchas las voces que se hacen oír para recomendar la protección y vigilancia dentro de los propios países y la colaboración y la vacunación globales, además de denunciar la estigmatización de Sudáfrica en particular y los africanos en general. Hay que recordar al respecto que la variante no es específicamente africana, sino que se detectó por primera vez y se dio la voz de alarma en tierra africana, y que está apareciendo y extendiéndose por todo el planeta de manera simultánea. Singular ha sido la declaración del secretario general de la ONU Antonio Guterres, que ha denunciado el “apartheid de viajes” impuesto al cancelar vuelos por parte de la Unión Europea.

En este momento nos enfrentamos a una nueva amenaza de la que sabemos poco o nada. Incluso la OMS, que se encarga de su gestión a nivel global, reconoce esta ignorancia. Lo único en lo que podemos ponernos de acuerdo es en la necesidad de una vacunación general que nos proteja a todos, dado que la enfermedad no se para ante aduanas, puestos de control de pasaportes, ni fronteras. En este contexto, hay que recordar, de nuevo, las bajísimas tasas de vacunación en el continente africano, donde una minoría ya ha completado la pauta de dos dosis, mientras que aquí, en nuestros centros sanitarios, comienza a administrarse la tercera.

Desde Casa África, todos los días elaboramos un dosier con las cifras y datos sobre la evolución del coronavirus y otros aspectos geopolíticos de la mayor parte de los países africanos, que se distribuye a casi un millar de puntos de recepción en España. Las cifras que vamos constatando duelen: recientemente y desde un tratamiento mediático espectacular del periódico El País, se decía que hay solamente tres vacunados por cada cien habitantes en países pobres. A la cola de la vacunación se encuentra globalmente el continente africano, en el que hay países donde prácticamente nadie ha visto una aguja, como Burundi, República Democrática del Congo o Chad. Los expertos repiten que el auge de nuevas variantes está motivado, en buena medida, por la inequidad en el acceso a las vacunas: Europa va por el 70 % de la población vacunada y África, por el 7 %. Según Tedros, más del 80 % de las vacunas del mundo se han destinado a los países del G-20, mientras que los países de bajos ingresos, la mayoría de ellos en África, han recibido solo el 0,6 % de todas las vacunas. La provincia sudafricana de Gauteng, donde se detectó por primera vez el Ómicron, es una de las menos vacunadas de Sudáfrica. Según informaciones de Europa Press, solamente el 40 % de los vecinos de esta región tiene la pauta completa de la vacuna, en el territorio más poblado del país y donde se sitúan su capital política, Pretoria, y la populosa Johannesburgo. Los ingresos hospitalarios han pasado de poco más de 100 a principios del mes pasado a casi 600 en tres semanas y no se sabe cuántos tienen la nueva variante, porque solo se realizan pruebas para detectarla en un pequeño porcentaje de los test positivos. La BBC informó que las infecciones se han duplicado a lo largo y ancho de este país en la última semana.

Es cierto que España ha destacado por la eficacia en la vacunación y también, muy especialmente, como país solidario: me remito a las imágenes del envío de vacunas dentro de la iniciativa Covax a países como Costa de Marfil o Mauritania. Recordemos que la Covax, el Fondo de Acceso Global para Vacunas contra la Covid, ha enviado a los países en desarrollo 550 millones de dosis de las 2000 millones previstas antes de acabar 2022. Si cumpliera su objetivo, significaría lograr la pauta completa para el 20 % de la población en los países más pobres. Pero a pesar del compromiso español y de otros países, la insolidaridad entre nosotros, en Europa, y la hostilidad hacia el continente africano han sido la norma en la gestión de una enfermedad de la que solamente podemos salir todos juntos.

No quiero terminar este texto sin un apunte positivo: hay que congratularse porque Sudáfrica acaba de alcanzar un acuerdo con una multinacional para que su farmacéutica Aspen pueda recibir la fórmula completa de la vacuna contra la covid y fabricarla localmente para repartirla por el continente. Estoy seguro de que facilitar medicinas y la transferencia de conocimiento y propiedad intelectual a todo el mundo redundará en el bloqueo de las letras griegas en el alfabeto del coronavirus y nuestra salida, todos juntos, de esta especie de bucle de nuevas cepas y rebrotes que no nos deja un respiro.

Artículo de José Segura Clavell, director general de Casa África, publicado el 5 de diciembre de 2021 en Canarias 7.

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