Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Viajamos a… Namibia: el hogar de los himba

Viajamos a… Namibia: el hogar de los himba
Mujer de la etnia himba (imagen de Brent Pearson)
Mujer de la etnia himba (imagen de Brent Pearson)
Mujer de la etnia himba (imagen de Brent Pearson)
Mujer de la etnia himba (imagen de Brent Pearson)

En el idioma herero, Opuwo significa «el final», un nombre bastante acertado para una de las poblaciones más remotas y salvajes de Namibia. Situada en el noroeste del país, es la capital de la región del Kaokoveld, un lugar de colinas áridas, aisladas, polvorientas. Tan solo una carretera llega hasta allí, una traqueteante pista como casi todas las de la región. Y eso gracias a que la South African Defense Force (SAFDF), en los tiempos en que Namibia estaba anexionada a Sudáfrica, las construyó para defender su país frente a la amenaza comunista del vecino del norte, Angola. Hoy, con todo, sigue siendo una de las regiones menos desarrolladas del país y, para muchos, uno de los rincones más vírgenes del sur del continente.

Llegar hasta esta ciudad sigue siendo hoy como llegar al final del camino. Uno muy polvoriento, eso sí. Aunque «las cosas ahora han cambiado mucho», nos comenta Enrico, un italiano que se enamoró del lugar y que reside en él desde hace diez años. «Fue la llegada de la electricidad la que cambió todo. Antes la noche era silenciosa, se iba el sol y el ritmo caía. No había supermercado, ni gasolinera, ni bares…». Oyéndole, cuesta creer que haya cambiado mucho en tan poco tiempo, pues Opuwo sigue siendo un pueblo, tirando a grande, pero no mucho más que una agrupación de pequeñas casas redondas, tranquilo casi somnoliento, con solo un par de calles asfaltadas (parcialmente) y ninguna construcción de más de dos pisos… Eso sí, cuenta con tres ruidosos bares que por la noche atraen poderosamente a la población.

Lo cierto es que el pueblo no destaca en absoluto por su belleza. Pero el camino para llegar allí y, sobre todo, el que queda hasta la frontera angoleña delimitada por el río Kunene hacen que merezca la pena ir hasta este rincón del país. Y más si se tiene un mínimo interés por conocer a una de las etnias más especiales y llamativas del sur de África: los himba. Una etnia nómada que destaca por mantener su estilo de vida prácticamente intacto desde hace siglos, apenas alterado por la colonización europea, conocida por la peculiar protección que las mujeres y niños aplican a sus pieles, que las tiñe de rojo, al igual que su pelo. Es el llamado otjize.

«Es una mezcla de manteca, ocre, cenizas y, a veces, la resina de alguna hierba salvaje», nos dice nuestra guía, mientras unta en la palma de mi mano la pasta a modo de crema. Un brochazo de naranja oscuro, apagado, aparece sobre mi piel blanca y que más tarde intentaré quitar con agua y jabón sin éxito hasta pasado unos días. «Protege del sol y de los insectos» nos cuenta, “y para los hombres, las hace más atractivas”. El intenso olor a vaca (a manteca rancia en realidad) que tienen tras ponerse esta preparación en todo el cuerpo es matizado, recién aplicado, con el dulce olor del humo que se desprende al quemar unas hierbas aromáticas sobre ascuas. Un sencillo perfume, etéreo y natural.

Desde Twyfelfontein a Opuwo (Imagen de Andries3)
Desde Twyfelfontein a Opuwo (Imagen de Andries3)

Entrar en contacto con ellos no es muy difícil. En realidad, ya en la misma ciudad de Opuwo los encontraremos. La primera aproximación impresiona, pues los hombres esbeltos, delgados, van vestidos con una falda, un gorro tipo casquete y una larga vara de madera. Pero son ellas las que más sorprenden por los adornos de cuero de cabra con que coronan su cabellera, agrupada en rastas cubiertas de barro, por la ausencia de ropa, salvo una falda de piel de vaca con un enorme cinturón y por la cantidad de collares, brazaletes y tobilleras que lucen, todos tiznados del color rojo de su piel. Aunque verlos en la ciudad es verlos fuera de lugar, incómodos. O eso nos parece. Acuden allí a ver a familiares que se han sedentarizado forzadamente (tras las durísimas sequías de los años 90), a hacer gestiones en la Administración, visitar al médico, comprar ropa y alimentos en el supermercado o a beber a los bares… cosas a las que hasta hace unos años, nos decía Enrico, apenas tenían acceso.

Sin embargo, para conocer cómo viven vale la pena contratar un guía que hable el otjihimba, un dialecto del herero (etnia con la que están emparentados), un coche (mejor un 4×4, si no se dispone ya de uno) y poner rumbo al norte, hacia Angola, hacia las cascadas de Epupa. Ese es su verdadero hogar, las colinas y valles, riachuelos y manantiales que hay hasta el sur de Angola. La mayoría de los himba viven en esta región, pero no entienden de fronteras: el sur de Angola, una región mucho más inaccesible aún, también es su territorio de pastoreo y de residencia. Como tantas etnias en África, han visto cómo el reparto colonial y las posteriores luchas dividían su territorio, quedando separados por fronteras políticas que no geográficas. Pero su vida se mantiene prácticamente inalterada. Su ganado (cosa de hombres) es su riqueza y su medio de vida y lo más probable es que al llegar a los poblados tan solo nos encontremos con las mujeres y niños. La tarea de las himba es cuidar del hogar, de los niños, traer agua, cocinar, construir las casas… y cuidar de las cabras.

Mujer himba en un supermercado de Opuwo (© Strubell/Martínez-Pantoja)
Mujer himba en un supermercado de Opuwo (© Strubell/Martínez-Pantoja)

Desconcierta llegar a lo que ellos llaman un poblado, pues es un conjunto de agrupaciones de casas, rodeadas de un vallado, diseminadas por la falda de una colina sin una aparente unidad. Pero claro, son nómadas, ¿qué esperábamos? Como llegar con las manos vacías no es lo más protocolario, hemos comprado algunos alimentos básicos como harina, pan y margarina, que reciben agradecidos. La guía nos enseña sus chozas de barro o de madera recubierta de bosta de vaca, nos explica cómo viven, el okuwuro, el fuego sagrado, y poco a poco las mujeres nos muestran cómo preparan el ungüento que aplican a su piel, se perfuman, nos enseñan cómo cocinan… mientras decenas de niños, aparecidos de alguna parte, juegan y se divierten con nuestras extrañas pintas, pues con el calor sofocante que hace seguro les sorprende que nos cubramos con camisas, pantalones largos, zapatos…

Con el trascurso de las horas, aprendemos cómo viven e imaginamos la dureza de hacerlo en un entorno tan árido, dependientes por completo de la naturaleza para su supervivencia. Pero también descubrimos la otra cara de la moneda, de eso que llamamos modernidad y desarrollo. Niños con caries. Botellas vacías de alcohol tiradas en un rincón. El materialismo y la voluntad de poseer mi reloj, mi cámara, mis gafas, lo que sea. Lo señalan y solicitan todo.

Así es: el turismo y el desarrollo son armas de doble filo. Puede suponer una oportunidad para ganar algún dinero adicional, para recibir comida a cambio de acogernos en su casa o para que ellos sean conscientes de la admiración que sentimos por su forma de vida y costumbres, reforzando así su creencia en que su modo de vida es algo que merece la pena conservar. Eso es importante. Pero a la vez, facilita el acceso y deseo de unos bienes y objetos importados y ajenos a su cultura que desvirtúan su modo tradicional de vida y consiguen que se vaya perdiendo, como la ropa occidental, el alcohol, la música pop

En lugares así se da uno cuenta de que la línea que separa el beneficio de los perjuicios de la llegada del turismo a lugares remotos, aislados y tradicionales como éste es especialmente delgada. Sobre todo si nosotros mismos no somos los primeros en tratar con respeto, interés y educación sus costumbres, tradiciones y apariencia, olvidando que son personas con una cultura ancestral y no meros objetos turísticos y fotografiables.

Itziar Martínez-Pantoja es psicóloga. Pablo Strubell es economista y gerente de la Librería De Viaje y socio de la Sociedad Geográfica Española. Es autor del libro Te odio, Marco Polo. Ambos han recorrido durante un año África en transporte público, desde Sudáfrica hasta Marruecos por la costa atlántica, visitando 14 países en el camino. El relato de su viaje se puede encontrar en www.africadecaboarabo.es

[box type=»info»]Visita aquí la pestaña “Para viajar” de la ficha práctica de Namibia y descubre más información práctica y útil para planificar tu visita al país y conocer de antemano lo que no te puedes perder, sus costumbres, festivales, transportes, recomendaciones sanitarias y consejos para viajar por libre. En este enlace también puedes ver más imágenes y un diario de viaje del fotógrafo José Piasentini.[/box]

[google_plusone href=»https://www.esafrica.es» size=»tall» float=»left»] [twitter style=»vertical» related=»CasaAfrica» float=»left» lang=»es»]   [fblike style=»box_count» showfaces=»false» width=»300″ verb=»like» font=»arial» float=»left»]

5 comentarios

  1. Tres recomendaciones: el CD «Namibie: bushmen et himba», el fabuloso libro «Los himba: etnografía de una cultura ganadera en angola y namibia» (Francisco Giner Abati) y esta estupenda serie documental http://www.rtve.es/alacarta/videos/los-ultimos-indigenas/ultimos-indigenas-himba/672059/ Por cierto, el adjetivo de salvajes (primer párrafo) sobra (tan denigrante y ajeno a la realidad de este pueblo como la serie-basura «Perdidos en la tribu»).

    1. Hola, Fran. Muchas gracias por tus comentarios, los documentales del médico y antropólogo Giner Abati son estupendos. En cuanto al adjetivo ‘salvaje’, nos comentan los autores que, aplicado a un territorio o lugar, como hacen en el primer párrafo, se refieren a los montuoso y áspero del terreno. ¡Nunca se referían a un aspecto despectivo del pueblo en sí! Como podrás entender, dicho calificativo nunca estuvo referido a los himbas ni pretendía entenderse así. Un abrazo y te agradecemos las recomendaciones.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *