Reconfiguración de la ayuda al desarrollo tras la retirada de la USAID: una mirada desde la Conferencia de Sevilla

Reconfiguración de la ayuda al desarrollo tras la retirada de la USAID: una mirada desde la Conferencia de Sevilla
Banner ONU FFD4. Imagen: © Web de La Moncloa

En junio del año 2025, Sevilla acogió la 4ª Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo. A este encuentro acudieron representantes de más de 170 países, entre ellos 60 líderes mundiales. El objetivo de la cumbre era sentar las bases de la cooperación en un mundo en el que el multilateralismo atraviesa un periodo complejo.

Una de las preguntas a las que la Conferencia buscaba dar respuesta era cómo se iba a organizar la ayuda al desarrollo tras la retirada de Estados Unidos. Una de las primeras medidas del presidente Donald Trump fue la cancelación de 5200 contratos de ayuda exterior de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional. El secretario de Estado, Marco Rubio, defiende esta política, alegando con duras declaraciones: “Más allá de crear un complejo industrial de ONG que abarca el mundo a costa de los contribuyentes, USAID tiene poco que mostrar desde el final de la Guerra Fría. Los objetivos de desarrollo rara vez se han cumplido, la inestabilidad a menudo ha empeorado y el sentimiento antiestadounidense no ha hecho más que crecer”.

El desmantelamiento comenzó en febrero de 2025 y en julio de ese mismo año el presidente anunciaba el fin de las operaciones. La agencia fue creada en 1961 con el fin de unificar diversas organizaciones y programas de ayuda exterior. La USAID representaba el 40 % del total de la ayuda internacional, ya que en 2023 Estados Unidos destinó 43 400 millones de dólares en asistencia distribuidos entre varios países del mundo. Los programas de ayuda al desarrollo en el continente africano contribuían en cuestiones de capital importancia como la alimentación o la salud, en tratamientos para el VIH, pues en África reside el torno al 70 % de los afectados. La retirada de la ayuda humanitaria pone en riesgo la vida de millones de personas, y según las últimas estimaciones en torno a 14 millones de personas se encuentran en riesgo de muerte durante los próximos cinco años.

A pesar de que la retirada de USAID ha sido la más sonada, esta forma parte de una tendencia en la que otros países occidentales como Reino Unido, Alemania y Francia han disminuido sus presupuestos en ayuda al desarrollo.

La retirada de ayuda al desarrollo por parte de Estados Unidos abre un nuevo escenario en el que los países donantes y receptores deben ponerse de acuerdo para actuar.

En las relaciones internacionales, aumentar el poder y presencia a nivel mundial es vital para la supervivencia y prosperidad de los diferentes Estados. La ayuda al desarrollo en muchos casos ha estado al servicio de los Estados donantes como una herramienta de poder blando. El poder blando fue un concepto creado por Joseph Nye, geopolitólogo y profesor estadounidense y uno de los principales autores del neoliberalismo en las relaciones internacionales, en contraposición al poder duro, que utiliza la coerción, mientras que el poder blando busca influir a través de la atracción, la persuasión y la construcción de legitimidad. La ayuda al desarrollo es muy útil para mejorar la imagen del país donante, promover sus valores en el país receptor, crear vínculos de cooperación y aumentar la influencia política sin necesidad del uso de la fuerza. Sin embargo, no faltan los casos en los que se ha convertido en una herramienta de poder duro si esta ayuda al desarrollo se otorga cuando se dan cambios en las políticas internas o se usa como medio de coerción, suspendiéndose si el Estado receptor deja de alinearse con los intereses del Estado donante.

Los países africanos se han mostrado cada vez más críticos con la ayuda al desarrollo, ya que puede ser un arma de doble filo que ayude a lidiar con los problemas presentes pero limite su autonomía en el medio o largo plazo. Este discurso ha estado presente durante décadas, ya que desde enfoques poscoloniales y líderes africanos han advertido desde hace décadas de las consecuencias que tiene la dependencia de la ayuda al desarrollo. En este nuevo contexto de reconfiguración de la ayuda al desarrollo no han faltado las voces africanas que llaman a una mayor autosuficiencia de los países receptores para que estos se vayan volviendo cada vez menos dependientes de la ayuda al desarrollo. Esto no es una tarea nada fácil, ya que países como Níger dependen enormemente de la ayuda externa para sus presupuestos gubernamentales. Esta dependencia dificulta que los países pongan en marcha mecanismos de producción nacional para aumentar su autosuficiencia. Pero los últimos acontecimientos internacionales han puesto de relevancia la necesidad de los países africanos en tener una menor dependencia del exterior. Desde la pandemia de COVID-19, diversas naciones africanas han sufrido un aumento de la inflación en productos de primera necesidad como los alimentos y que posteriormente se agravó con el conflicto en Ucrania. Es por ello que la soberanía alimentaria se ha transformado en uno de los principales puntos a desarrollar por parte de los países africanos junto con las infraestructuras y la energía.

Sin embargo, no son pocas las potencias extracontinentales a las que les interesa llenar el vacío dejado por Estados Unidos y países europeos. China se ha posicionado como uno de los principales donantes de ayuda al desarrollo a nivel mundial, pero de una forma diferente a como se ha entendido tradicionalmente. Mientras que la ayuda al desarrollo se ha guiado durante décadas por una dinámica general de “donante-receptor”, China alega que sus acciones son más una asociación de win-win en la que hay una lógica más equitativa. El Gobierno de Pekín asegura que no hay condicionamientos políticos y económicos en sus acciones. Sin embargo, su participación en estas ayudas es limitada en comparación a la que tenía Estados Unidos. En el futuro se comprobará si el gigante asiático está dispuesto a asumir el rol de principal donante mundial. Por su parte, Rusia se ha centrado en la ayuda militar, pero mantiene elementos de cooperación en el desarrollo de las infraestructuras como la construcción de centrales nucleares en el Sahel. Las monarquías del Golfo, en las que se incluye a Arabia Saudí, Qatar y Emiratos Árabes Unidos, se han mostrado cada vez más interesadas en el ámbito de la ayuda al desarrollo. Estos países están cada vez más interesados en el acceso a las materias primas estratégicas, como por ejemplo el oro. Han utilizado los lazos religiosos para estrechar las relaciones bilaterales con los países africanos, pero han diversificado sus áreas de actuación como educación, salud, agricultura y energía.

La política exterior turca ha ganado relevancia internacional en los últimos años debido a la expansión de los lazos de cooperación con diversos países del mundo. Una de sus principales zonas de interés es el continente africano. A través de ayuda humanitaria, ayuda al desarrollo y el discurso anticolonial, el gobierno de Erdogan ha ganado poder y presencia en esta región.

Tras la cumbre de Sevilla se han abierto nuevos ámbitos de debate que van en consonancia con una situación internacional cambiante y cada vez más multipolar. Tradicionalmente, la ayuda al desarrollo ha sido diseñada por Occidente y obedecía a los intereses de potencias que han demostrado no alcanzar sus objetivos y, en cambio, han generado problemas como la dependencia y dinámicas de poder. Ante ello, los países del sur global han llamado a una reconfiguración de la ayuda al desarrollo en la que la soberanía de los países ocupe un papel central y se dé una lógica de cooperación en la que todas las partes implicadas participen de manera activa.

Artículo de Andrea Chamorro González.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *