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Genocidio en Ruanda: Francia “responsable”, pero “no cómplice”

Genocidio en Ruanda: Francia “responsable”, pero “no cómplice”
“Les guste o no, lo que ha ocurrido en Ruanda pertenece a la historia de Francia”. Imagen: followtheseinstructions en Flickr
“Les guste o no, lo que ha ocurrido en Ruanda pertenece a la historia de Francia”, subraya uno de los personajes de Murambi, el libro de los huesos. Imagen: followtheseinstructions en Flickr

El informe de la comisión Duclert sobre el exterminio de los tutsis en 1994 ha sido entregado a Emmanuel Macron el viernes pasado (19 de marzo).  Los historiadores apuntan al papel devastador de París y de los responsables políticos, entre ellos, François Mitterrand.

“Les guste o no, lo que ha ocurrido en Ruanda pertenece a la historia de Francia”, subraya uno de los personajes de Murambi, el libro de los huesos, la novela que el escritor senegalés Boubacar Boris Diop consagró al genocidio, en 1994, de los tutsis de Ruanda1. De hecho, es una “historia ruandesa de Francia” la que evoca el informe de la comisión Duclert, que utiliza, por cierto, esta expresión en sus conclusiones.

Formada por una quincena de historiadores y presidida por Vincent Duclert, un especialista del asunto Dreyfus, la comisión entregó el viernes su informe al presidente Macron. Desde hace dos años este equipo se había encargado de examinar meticulosamente los archivos franceses sobre Ruanda, incluyendo los más confidenciales, guardados desde hace más de un cuarto de siglo en el seno de diversas administraciones. Tal acceso ilimitado era de entrada algo inédito y respondía a las incesantes peticiones, desde hacía varios años, de todos aquellos que, en Francia, deseaban conocer mejor, o comprender, una página oscura de la historia común de los dos países: este período, entre 1990 y 1994, durante el cual París será el principal aliado de un régimen cuyas derivas van a conducir al penúltimo genocidio del siglo 20 (antes del de Srebrenica, en Bosnia-Herzegovina).

Menos cautela

Por supuesto, son numerosos quienes hubieran preferido un acceso abierto para todos a los archivos que conciernen a un tema tan importante implicando a nuestro país en una “solución final africana”. La elección de preferir nombrar una comisión ha podido parecer sesgada, pero hay que reconocerle a Emmanuel Macron haber tenido menos cautela que sus predecesores, que se negaron todos a abrir esta caja de Pandora. Y, a pesar de las sospechas iniciales, la comisión Duclert ha sabido establecer un dictamen que tendrá valor histórico, al precisar sin rodeos “las responsabilidades plúmbeas y rotundas” de la política francesa llevada a cabo en Ruanda.

Francia se ha “implicado ampliamente al lado de un régimen que animaba las masacres racistas”, constata el informe que retoma la concatenación cronológica que lleva a la intervención militar en favor de un régimen amenazado por la irrupción de un alzamiento tutsi en 1990, hasta finales de 1994. Cubre así, de paso, el período del genocidio – con el atentado contra el avión del presidente Juvénal Habyarimana el 6 de abril de 1994 – y con la intervención, en junio, de la operación Turquesa, tan frecuentemente sospechosa de haber sido iniciada cuando las masacres habían terminado, para acudir en ayuda del ejército genocida, por entonces en desbandada.

La comisión pone de manifiesto una “impresión de encierro de las autoridades francesas en unas lógicas desde las que la ruptura resulta difícil incluso durante la crisis genocida”. Y denuncia la obsesión de los responsables del momento, para quienes, incluso durante el genocidio, la única amenaza verdadera estaba representada por ese alzamiento tutsi del Frente Patriótico Ruandés (FPR), asociado a la influencia anglosajona, puesto que ese movimiento, compuesto de hijos de exiliados tutsis, fue creado en la Uganda anglófona.

Responsabilidad personal de Mitterrand

A pesar de que el FPR es el único que lucha contra las fuerzas genocidas, esta percepción no cambia y confirma una “lectura etnista” de la situación en Ruanda, negándole todo papel político legítimo a una minoría: los tutsis o el FPR. Pero actuando así, París adoptaba de facto la tesis de los extremistas hutus que van a cometer el genocidio en nombre del “pueblo mayoritario”.

En el fondo, es una ideología empapada de tufos colonialistas y racistas la que ha llevado a Francia a desvariarse en Ruanda. Eso ya lo sabíamos. Muchos libros y estudios han sido publicados sobre el tema. Pero el hecho de que una comisión francesa lo admita, marca un cambio. De igual manera, denunciando la “desinformación” que ha apuntado al FPR, el 6 de abril de 1994, en el momento en el que el avión del presidente Habyarimana fue derribado, dando así la señal del genocidio orquestado por los halcones de su campo, el informe Duclert corta con un relato que se había impuesto desde hace mucho tiempo en Francia que tendía a hacer responsable de este atentado al movimiento rebelde.

Más aún, el informe no solo apunta a la debilidad del equilibrio de poderes en Francia, que ha permitido a un pequeño grupo en lo más alto del poder jugar a los aprendices de brujos en Ruanda, sino que subraya además la responsabilidad personal del presidente François Mitterrand y “su alineación con el poder ruandés”. También se menciona a otros responsables de la época, como Christian Quesnot, el jefe de gabinete privado de Mitterand, conocido por sus virulentas posiciones anti-FPR, y que al día siguiente del atentado “no dijo ni una sola palabra sobre los asesinatos selectivos de los opositores hutus y las masacres sistemáticas de los tutsis” prefigurando el comienzo del genocidio.

Mirada algo ingenua

El viernes, en el Elíseo, no se paraba de subrayar hasta qué punto el trabajo de la comisión Duclert marca una etapa histórica, puesto que nunca “hemos estado tan lejos en la calificación del papel de Francia”. El diablo anida en los detalles y será necesario mucho tiempo para digerir las 1 200 páginas del informe para poder medir su impacto real. Pero, desde ya, se evidencian algunas lagunas. Al afirmar que Francia había llevado “una política cuanto menos pasiva en abril y mayo de 1994”, durante el genocidio, a la vez que reconoce que había tardado en disociarse del gobierno extremista creado después de la muerte de Habyarimana en los locales de la embajada de Francia, la comisión hace caso omiso de los archivos ya conocidos.

Estos evocan particularmente la visita de altos mandos ruandeses, particularmente en mayo, recibidos en París y a quienes se les habría prometido apoyo militar y financiero, a la vez que se comentaba tranquilamente la mejor manera de darle la vuelta a la opinión internacional. De igual manera, la comisión evidentemente no encontró nada muy condenatorio contra la operación Turquesa, mencionando como prueba “las consignas muy estrictas de neutralidad hacia los beligerantes”. Salvo que no se trata de una guerra civil, sino de un genocidio.

Los historiadores igualmente echan la vista atrás con cierta ingenuidad sobre la cumbre de la Baule en el curso de la cual, en 1990, François Mitterrand había vinculado súbitamente ayuda financiera y democratización. El hecho de que ninguno de ellos sea africanista explica tal vez esta aceptación de la historia oficial, toda vez que los grandes principios de la Baule nunca impidieron que el Elíseo continuara sosteniendo a numerosos regímenes autoritarios del continente.

Para terminar, a la vez que reconoce graves responsabilidades en la gestión de la crisis ruandesa, la comisión descarta la sospecha de complicidad, afirmando no haber encontrado nada en los archivos que indicara una implicación directa en el genocidio. Pero ¿recibir en París a los genocidas y prodigarles consejos no sugiere alguna forma de “complicidad”? Y el antiguo gendarme del Elíseo Paul Barril efectivamente firmó contratos de armas y de apoyos militares con las fuerzas genocidas. Además, es objeto de una denuncia de complicidad de genocidio desde el 2013. “Los archivos franceses no bastan por sí solos para rendir cuenta de manera exhaustiva de la historia del papel y de la implicación de Francia en Ruanda”, reconoce el informe de la comisión, que sugiere igualmente haber tenido prohibido el acceso a ciertos fondos de archivos y no vacila a la hora de denunciar “cierto estado de ánimo imperante al más alto nivel de Estado” que ha podido “entorpecer” ciertas investigaciones.

Artículo publicado en francés el 26 de marzo de 2021 en el diario Libération, elaborado por María Malagardis y traducido por Pedro Suárez Martín.

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1. RUANDA (genocidio de los tutsis).

Artículo del libro Dictionnaire enjoué des cultures africaines, de Alain Mabanckou y Abdourahman Waberi, editorial Fayard, 2019, y traducido por Pedro Suárez Martín.

1994 fue un año terrible para África con el genocidio en Ruanda. Más de un millón de personas fueron víctimas de una masacre en lo que iba a ser uno de los últimos genocidios del siglo 20. Los hutus se unían contra los tutsis en un odio heredado de una ideología occidental que había distinguido a los negros llamados superiores (tutsi) de los negros llamados inferiores (hutus).

Las masacres perpetradas por los hutus contra los tutsis se verán asociadas en un primer momento a la supuesta barbarie de la “naturaleza africana”. Es lo que explica en gran parte la vacilación de la comunidad internacional, el tiempo que tardará en pronunciar la palabra “genocidio”, en el momento en que, sobre el terreno, muchos observadores no cesaban de alertarnos sobre la degradación de la situación. En la actualidad, textos escritos por sobrevivientes, por periodistas, por historiadores y novelistas “comprometidos” muestran las dimensiones de lo que Jean-Pierre Chrétien calificaba entonces como “nazismo tropical”. (Un nazisme tropical au Rwanda? Image ou logique d’un génocide”, / ¿Un nazismo tropical en Ruanda? Imagen o lógica de un genocidio. Vingtième siècle, 1995, nº 48)

¿Por qué los escritores africanos han esperado cuatro años (hasta 1998) antes de cumplir con ese “deber de memoria”? En efecto, varios libros han sido publicados – los más importantes son los de Tierno Monénembo (L’Aîné des Orphelins / El Primogénito de los huérfanos, 2000), de Abdourahman Waberi (Moisson de crânes / Cosecha de cráneos, 2000) y de Boubacar Boris Diop (Murambi, le livre des ossements / Murambi, el libro de los huesos, 2000). Pero durante las masacres, ninguna voz importante se elevó, ni siquiera se hizo oír. Esperábamos todos la intervención del Otro, de Occidente. Durante ese tiempo las masacres continuaban. Desde este punto de vista, la reacción ulterior de intelectuales y escritores africanos parecía una medicina aplicada después de la muerte. Ese genocidio mostraba por consiguiente la ineficacia de la pretendida consciencia africana. Las lecciones de moral posteriores al genocidio eran tan bochornosas como la actitud de observadores que parecían adoptar los propios africanos. Ahí reside la parte de nuestra responsabilidad e, indirectamente, de nuestra “complicidad sin intención de dar muerte”, suponiendo que tal fórmula ampulosa pueda aliviar nuestra mala conciencia. El silencio o la lentitud en la reacción.

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