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Millones de mujeres africanas propician, con su labor infatigable, el desarrollo de sus países

Millones de mujeres africanas propician, con su labor infatigable, el desarrollo de sus países
Tenemos que poner en valor a la mujer en África como el motor económico de su familia y de la sociedad en la que vive. Imagen: © Marc Creus Llebot
Tenemos que poner en valor a la mujer en África como el motor económico de su familia y de la sociedad en la que vive. Imagen: © Marc Creus Llebot

Matilde Latorre de Silva Sanz

“La solidaridad no es un sentimiento superficial, es empeñarse en el bien común»
Tenemos que poner en valor a la mujer en África como el motor económico de su familia y de la sociedad en la que vive. Imagen: © Marc Creus Llebot
Tenemos que poner en valor a la mujer en África como el motor económico de su familia y de la sociedad en la que vive. Imagen: © Marc Creus Llebot

Por Matilde Latorre. Esta semana, en la que se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, tenemos que poner en valor a la mujer en África como el motor económico de su familia y de la sociedad en la que vive. Es la responsable del sustento de la familia, realiza las numerosísimas y durísimas labores domésticas, se hace cargo de la educación de los hijos y, además, contribuye económicamente al núcleo familiar con trabajos mal remunerados. Las mujeres africanas ostentan un triste récord mundial: son líderes en estadísticas negativas. Las primeras en el campo del analfabetismo, en la falta de atención sanitaria, en la ausencia de derechos de todo tipo. Unos récords lamentables, pero, pese a ello, la mujer es el verdadero motor del cambio que está experimentando África. Cada vez son más las que reclaman su lugar en sociedades patriarcales que las marginan y apartan y se esfuerzan para conseguir que su voz se escuche alto y claro, como la de los hombres.

Las mujeres de África ocupan un lugar prioritario. Para revertir la situación de desigualdad y exclusión, muchas organizaciones ponen en marcha iniciativas de sensibilización, programas de formación y proyectos generadores de ingresos para fomentar su autonomía y su empoderamiento.

Me gustaría destacar dos ejemplos del poder de la mujer africana.

Microcréditos para mujeres emprendedoras en Kananga

Las mujeres emprendedoras del Centro Bamamu (República Democrática del Congo), creado para ayudar a garantizar la alimentación de sus familias, necesitan mejorar sus procesos productivos y de gestión. Un fondo de microcréditos ayudará en este proceso y favorecerá directamente a 100 mujeres y sus familias. El Centro Bamamu se localiza en la ciudad de Kananga, en la República Democrática del Congo, en una de las provincias menos desarrolladas de un país al que la guerra ha sumido en la pobreza a la mayoría de la población. Las mujeres se organizaron para salvar el comercio de productos básicos y garantizar la alimentación de sus familias. Para ello, pusieron en marcha diversas actividades generadoras de ingresos, como la elaboración de pan enriquecido, zumo de piña, jabones artesanos, plantaciones comunitarias y cría y venta de huevos y carne con las que aportan parte del sustento familiar.

Como, lamentablemente, las técnicas que utilizan son muy rudimentarias y los medios limitados, han pedido apoyo a organizaciones no gubernamentales para impulsar nuevos procesos productivos y de gestión para grupos de mujeres rurales.

Se trata de un fondo de microcréditos para reforzar el poder adquisitivo de las mujeres emprendedoras que dé empuje a las actividades que ya vienen realizando.

Además, tienen prevista la compra de una moto para realizar un mejor seguimiento de estas, ya que carecen de medio de transporte y las rutas son impracticables. De este proyecto se van a beneficiar directamente 100 de las mujeres emprendedoras del Centro Bamamu y sus familias. Además, permitirá que otras muchas mujeres de la zona inicien actividades similares que favorezcan la promoción económica y la inserción social de la mujer congoleña.

El segundo es el testimonio de Fanta Goudiaby. Es mujer, joven y senegalesa.

“Eso no pone las cosas fáciles aquí, en el Fogny, donde vivo y donde ha vivido siempre mi familia y donde las mujeres estamos muy poco valoradas. Es verdad que hasta que llegó el programa Karongen yo no tenía muy claro cómo iba a ser mi vida, aunque me parecía que todo apuntaba a que no iba a variar mucho con respecto a la de mi madre: muchos hijos (de los nueve que tuvo yo soy la penúltima) y mucho esfuerzo para sacarlos adelante, casi sola, como hizo ella. Las chicas no tuvimos las mismas oportunidades que mis hermanos varones. Yo no pude cursar estudios superiores. Había que elegir y a mí no me tocó. Para mi madre, Gnima, fue duro. Ella quería para mí una vida mejor que la suya. Y a mí me gustaba que ella soñase… Un día me enteré de que la gente del Cpas estaba haciendo una selección entre los jóvenes de la zona para trabajar de animadores en una serie de proyectos que mejoraría las condiciones de vida de la gente de algunos de los pueblos más aislados de mi región. Y, sin muchas esperanzas, me presenté a la convocatoria. ¡Fui elegida con otros 34 compañeros! Hombres y mujeres que durante años hemos trabajado juntos, en igualdad de condiciones.

Me gusta que entre ellas haya desaparecido el miedo a hablar, a decidir, a reclamar lo que les corresponde… Me emociona ver cómo ahora son capaces de expresar su opinión y de oponerse a las decisiones con las que no están de acuerdo, aunque esas decisiones las haya tomado un hombre. Y lo que más me satisface es ver a mi madre. Ella, que tiene más de sesenta años, también ha aprendido que tiene derecho a hablar, a opinar y a tomar decisiones. Y, encima, con el huerto comunitario que ha puesto en marcha con otras mujeres lleva dinero a casa. Las cosas han cambiado, yo voy en moto como los hombres. No puedes imaginar lo que siento cuando, cada mañana, me pierdo con ella por las pistas de tierra para poder llevar mi mensaje a las mujeres del programa. Mi moto es un símbolo de igualdad. Para mí, es un honor y un orgullo. Después de cuatro años puedo decir bien alto que hombres y mujeres tenemos los mismos derechos, y las mujeres a las que hemos acompañado y enseñado también lo saben”.

Artículo escrito por Matilde Latorre de Silva, periodista y coordinadora internacional de Our hearts for Africans.

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