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Música. Paseando en coche a ritmo de rap ghanés

Música. Paseando en coche a ritmo de rap ghanés
Imagen: Facilitada por ©Carlos Nombela

Apresurado, Edward sonríe y saluda amablemente al mismo tiempo que pisa el acelerador. He necesitado hasta tres intentos para lograr cerrar la chirriante puerta trasera de su Toyota, y los cláxones de los coches que nos siguen no han tardado en atizarme los oídos. «Así es Accra en hora punta. ¡La gran ciudad!», comenta sarcástico mientras me observa por el retrovisor. Son las seis de la tarde y las principales arterias de la capital ghanesa están totalmente bloqueadas. Chequeo Uber y me indica que tardaremos una hora y veinticuatro minutos en llegar a destino. Ochenta y cuatro minutos en recorrer tan solo once kilómetros. Me acomodo y me armo de paciencia.

Por suerte, mi conductor, aficionado al hiphop, ameniza la ruta con ritmos y sonidos de una excelente selección de rap ghanés y nigeriano. Saco mi teléfono y shazameo canciones como Holy Ghost de Omah Lay, la conocida Infinity de Olamide o Anabella de Khaid. Edward me habla con convencimiento sobre su pasión por este tipo de música mientras, a duras penas, bordeamos la costa por la avenida 28 de febrero. El rap le acompaña siempre que está al volante, haciendo que sus días sean «un poco menos duros», y su preferido es el americano The Notorious B.I.G. Su sueño: pasear por las calles del barrio neoyorquino de Brooklyn, donde su ídolo se hizo famoso.

Poco a poco observo cómo el sol, imponente, comienza su descenso por el horizonte mientras su tono se va tornando anaranjado. «La música es lo mejor de esta ciudad», asegura Edward tajantemente. «Hay muchos sitios a los que ir a pasar un buen rato con amigos y escuchar música en directo, y muchos y buenos raperos que han crecido en las calles de Accra». Me habla de su origen. Él nació y se crio en un pequeño pueblo en la región de Ashanti, en el centro oeste del país. Tras acabar sus estudios primarios, dejó la escuela para ayudar a su padre en una pequeña tienda de zapatos para hombres. Prácticamente no daba para sacar adelante a toda la familia, y mucho menos para que él recibiera una pequeña parte. Poco después, su padre falleció y Edward fue incapaz de gestionar la tienda, por lo que su madre prefirió venderla. Con el dinero ganado, ella emprendió su pequeño negocio cocinando comida que a duras penas vendía tras horas caminando por las calles de una ciudad a pocos kilómetros de su pueblo. «No debí dejar los estudios», se lamenta mirando fijamente la furgoneta de delante nuestro en la que una frase advierte «nunca dejes de creer, él (Dios) nos guía».

Mis preguntas y comentarios animan a Edward a seguir hablándome de su vida. Después de probar varios trabajos, en una obra entendió que, para llegar lejos, necesitaba diferenciarse del resto. Para ello, se propuso sacarse el carné para conducir camiones y maquinaria pesada. Se desabrocha el cinturón y lo saca de su bolsillo trasero para enseñármelo con cierto sentimiento de orgullo. «Con este carné puedo conducir cualquier cosa en una obra», asiente animado. Tuvo suerte y, poco después de aprobar, un conocido le habló de una refinería cercana a Lagos, en Nigeria, en la que podría trabajar conduciendo camiones.

Logró llegar, consiguió el puesto y pasó allí cerca de dos años hasta que su madre enfermó. Entonces decidió volver a Ghana para cuidar de ella. Siete meses después, su madre sigue enferma y él vive en Accra conduciendo un coche para Uber y Bolt. «Este trabajo no es lo que quiero. Me gusta trabajar, pero con esto no saco prácticamente nada porque el coche no es mío y además tengo que pagar la gasolina, que es muy cara». Abre la guantera del copiloto y enseña un puñado de billetes de diez y veinte cedis (moneda ghanesa). «Llevo aquí metido desde las siete y media de la mañana y esto es todo lo que tengo». Sorprendido, le pregunto si cree que este tipo de nuevas tecnologías han permitido crear empleo y riqueza. Su respuesta es clara: «Empleo sí, pero ¿qué tipo de empleo? Un empleo que no te da para vivir y que no te permite tener otro empleo…», sentencia con una pausa alargada, dejándome imaginar cuál es el final de la frase.

Afortunadamente, el tenso silencio es interrumpido por la rítmica canción Last Last, del conocidísimo artista nigeriano Burna Boy. La música anima a Edward, que, tras subir el volumen, se lanza a cantar y a mover los hombros mientras sonríe tímidamente. Poco después descubriría una increíble coincidencia. En esta canción hay una frase que dice «I put my life into my job and I know I’m in trouble» (dediqué mi vida a mi trabajo y sé que estoy en problemas).

Por fin, conseguimos llegar al final de la ruta y no puedo más que darle las gracias y animarle a seguir. Sonriente, y sabedor de que, de algún modo, hemos logrado cierta confianza, se da la vuelta y me pregunta: «Antes de irte, ¿me recomiendas algún rapero de tu país?». La pregunta me pilla por sorpresa, pero lo tengo claro: «Kase-O», le digo. Edward asiente y se despide entre cláxones que me obligan a salir de un salto. Acelera y se aleja al tiempo que estira su brazo izquierdo por encima del coche para despedirse.

Artículo de Carlos Nombela Gordo.

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