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El pulso de Uganda contra el coronavirus

El pulso de Uganda contra el coronavirus
Imagen: Ronstik en Pixabay
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Pablo Moraga

Periodista y guía de safaris

A Rebecca Mbabazi (nombre ficticio para proteger su identidad), una masajista de 39 años, no le importó madrugar. Se preparó para salir a la calle. Después de cocinar para sus cuatro hijos, metió en un bolso su carné de identidad, el cargador de su teléfono móvil y un bote pequeño de desinfectante. Esa mañana, Mbabazi quería inmunizarse contra el coronavirus; estaba cansada de que sus clientes —inmigrantes occidentales— la rechazasen porque aún no estaba vacunada.

La noche anterior había recibido por WhatsApp los nombres de los hospitales con vacunas contra la covid–19. Y, aunque en esa lista encontró un centro de salud cercano a su casa, allí solamente había decenas de personas desesperadas por vacunarse, bajo un sol que les abrasaba sin contemplaciones, con descaro.

—La mayoría de esas personas eran profesores —recuerda Mbabazi—. El gobierno dijo que todos los maestros recibirían vacunas, pero en ese hospital no había dosis suficientes.

El ritmo de inmunización había aumentado durante las últimas semanas. Uganda había recibido donaciones de vacunas de varios países. Por eso, Mbabazi decidió seguir intentándolo. Pensó que encontraría esas vacunas en otros hospitales. Continuó hasta el anochecer, poco antes del toque de queda que las autoridades de Uganda imponen desde el comienzo de la pandemia. Sin embargo, ese día no quedaban dosis en ninguna parte: los centros de salud a los que consultó no pudieron vacunar a nadie más.

La distribución desigual de las vacunas

El representante de la Organización Mundial para la Salud (OMS) en Uganda, el doctor Yonas Tegegn, no es capaz de disimular su decepción:

—Los países ricos no pueden seguir acumulando prácticamente todas las vacunas contra la covid–19 —dice Tegegn—. No tiene sentido, es una estupidez. Si este escenario no cambia, la pandemia se desarrollará en esos lugares donde no están llegando las vacunas y enseguida nacerán variantes nuevas.

Este médico etíope no elude ninguna pregunta, ni siquiera las más comprometedoras, como el avance de la covid–19 en Tanzania o Burundi, donde sus mandatarios negaron la presencia de la enfermedad. Eso sí, está acostumbrado a contestar despacio, buscando las palabras apropiadas y quitando hierro a los detalles más polémicos. Pero, en esta ocasión, Tegegn ha abandonado su posición equidistante, su cautela habitual: desde su despacho en el centro de Kampala, la capital ugandesa, responde con un torrente de palabras airadas.

—Es una cuestión de tiempo —continúa—. Las variantes nuevas surgirán en algún rincón de África, o quizás en Asia. No importa el país o la región. En cualquier caso, cuando eso ocurra, todos los miles de millones de dólares invertidos tanto en la investigación como en la distribución de las vacunas no habrán servido para nada. Las variantes serán resistentes a los medicamentos actuales.

Para Tegegn, el mundo se tambalea al borde de un precipicio. No es el único médico que piensa de esta manera. En palabras del director general de la OMS, el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, “ningún país está a salvo hasta que las vacunas no se distribuyan de una manera equitativa por todo el mundo”. En los últimos meses, desde que las farmacéuticas internacionales empezaron a distribuir las primeras vacunas contra el coronavirus, Tedros ha repetido advertencias similares en innumerables ocasiones. Sin embargo, esos discursos aún no se han traducido en acciones concretas: hasta el momento, las campañas de vacunación en África solamente han llegado a poco más del tres por ciento de los habitantes de este continente, poblado con más de 1300 millones de personas.

—El 75 por ciento de los ugandeses viven en zonas rurales. Acceder a esas regiones es difícil porque, en ocasiones, carecen de carreteras asfaltadas u otras infraestructuras. Si África recibe más vacunas de las que están llegando, ¿podrán distribuirse? —pregunto.

—Sí, por supuesto —responde Tegegn—. Los países occidentales no pueden usar ese pretexto para justificar la desigualdad en el reparto de las vacunas. En los últimos años hemos demostrado que tenemos la capacidad de llegar también a los rincones más remotos. En 2019, inmunizamos a más de 19 millones de niños contra el sarampión en menos de cuatro días. Podemos repetir esos resultados. Tenemos los conocimientos, la experiencia. Lo único que necesitamos son las vacunas.

Una tormenta perfecta

Una ola de covid–19 más violenta que las anteriores sacude a Uganda desde junio. Hasta entonces, esta nación del este de África mantenía números bajos tanto de infecciones como de muertes. Pero en ese momento, la cantidad de casos diarios corroborados por las autoridades sanitarias se multiplicó por quince. Nadie predijo ese golpe, que llegó mientras los países occidentales suspendían muchas restricciones sanitarias para contener la epidemia. Enseguida, tanto los hospitales públicos como los privados empezaron a quedarse sin reservas de oxígeno.

Entrevisté al doctor Tegegn a mediados de agosto. No era un momento para el optimismo. África estaba registrando sus peores cifras desde el inicio de la pandemia. La variante delta se extendía con una ferocidad sin precedentes. La directora regional de la OMS para África, la doctora Matshidiso Moeti, describió ese escenario, con miles de muertes por todo el continente, como “una tragedia prevenible si los países africanos tuviesen un acceso justo a las vacunas”.

—Para entender esta situación debemos mirar la agresividad de la variante delta, la escasez de vacunas en África y la incapacidad de muchas personas para seguir las normas sanitarias —dice Tegegn—. Es una tormenta perfecta. No todos pueden quedarse en sus casas, lavarse las manos a menudo o comprar mascarillas.

El presidente ugandés, Yoweri Kaguta Museveni, ordenó un confinamiento parcial el pasado 19 de julio. Eso permitió, según los datos publicados por el Ministerio de Sanidad de Uganda, “estabilizar” la última ola de infecciones. Las mareas de personas han regresado a las calles céntricas de Kampala; buscan recuperar de alguna manera los ingresos que no pudieron obtener en los meses anteriores por las restricciones. Pero, tras observar los colapsos de los hospitales, los ugandeses han comprendido que están luchando contra la pandemia de la covid–19 sin una red de seguridad: otro paso en falso puede equivaler a una caída fatal.

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